Rápido, cada vez más rápido, Federico corría detrás de la pelota.
Al conejo Federico le gustaba el fútbol más que todo en el mundo. Podía jugar el día entero sin cansarse nunca.
-Federico, entra -llamó su mamá-. Debes vestirte para el cumpleaños de tu hermana.
-¡Rayos! -exclamó Federico.
Era lo último que quería hacer.
-¡Mira como estás! -lo reprendió doña Coneja-. Sube inmediatamente a tu cuarto y ponte ropa limpia. Los invitados están por llegar.
Federico vio que su madre estaba poniendo las velas en el pastel de cumpleaños de Liza. También había comprado un pastel de café. “Comeré de ese pastel”, se dijo decidido.
Federico todavía estaba furioso por haber tenido que dejar su juego favorito.
-Esta fiesta sería mucho más divertida si jugáramos al fútbol en vez de cantar esas estúpidas canciones -rezongó-. Seguro que jugaremos a esas estúpidas sillas musicales o le pondremos la estúpida cola al estúpido burro.
Federico se demoró lo más que pudo en vestirse con ropa limpia. Fue el último en llegar.
Después de que todos cantaron Feliz Cumpleaños, mamá Coneja comen/ó a repartir el pastel. -Yo quiero pastel de café -dijo Federico.
-No, no comerás pastel de café -elijo mamá Coneja-. Es para los grandes. El pastel de cumpleaños es para los niños.
-¡Pero yo no quiero pastel de cumpleaños! ¡Yo quiero pastel de café! -gritó Federico, con una verdadera pataleta.
-¡No! -repitió su mamá.
Federico estaba tan enojado que no se pudo contener. Hizo entonces algo horrible.
-Si yo no puedo comer, nadie comerá -dijo, y ¡escupió sobre el pastel!
¡Eso fue el acabóse! Esta vez sí que Federico se había metido en un tremendo lío.
-Federico, ¿cómo pudiste hacer eso? -exclamó mamá Coneja espantada- ¡Sube al altillo inmediatamente! ¡Más tarde me ocuparé de ti!
Las mejillas de Federico ardían mientras subía las escaleras. Pero realmente no le importaba. El altillo era el taller donde los conejos decoraban los huevos de Pascua. Una habitación grande y agradable, perfecta para jugar a la pelota.
De pronto, Federico oyó unos gritos estremecedores que llegaban desde afuera. A lo lejos escuchó un canto aterrador.
¡Hop, hop, hop! Conejitos hop. Somos tres zorros amigos que a buscar hemos llegado los más tiernos conejitos para un delicioso asado. ¡Hop, hop, hop! Conejitos hop.
Federico miró por la ventana, y vio tres zorros grandes y salvajes.
¡Ahora estaban todos en terribles problemas!
Abajo, conejos, conejas y conejitos lloraban y temblaban, cerraron las ventanas v echaron cerrojos a las puertas.
Luego todos bajaron al sótano, que era el lugar más seguro.
Y con tanto alboroto, nadie se acordó de Federico.
¡Rápido! Había que pensar en hacer algo. Federico tomó un enorme canasto lleno de huevos y lo arrojó por la ventana.
En ese momento, los zorros llegaban corriendo dispuestos al ataque. Pero tropezaron, cayeron y chocaron entre ellos en la resbaladiza mazamorra de los huevos rotos.
I.os salvajes animales no estaban preparados para esto. Maltrechos y cubiertos de claras y yemas, miraron hacia arriba y vieron a Federico, que reía a carcajadas en la ventana del altillo. Murmuraron algo y desaparecieron entre los arbustos.
Pronto los tres zorros volvieron con una escalera muy larga. Comenzaron a subir hacia la ventana del altillo.
Pero Federico estaba preparado. Había alineado todos los tarros de pintura, destinados a los huevos de Pascua, y los fue arrojando uno por uno sobre los zorros: primero el amarillo, luego el azul, enseguida el violeta, y finalmente un gran tarro de pintura color rojo brillante.
Esto fúe demasiado para los zorros. Furiosos volvieron a los arbustos.
-¡Victoria!-, gritó Federico, pateando su pelota de fútbol a través del cuarto.
Pero casi inmediatamente sintió unos fuertes golpes. Todo comenzó a temblar en el altillo.
;Qué estaba pasando ahora?
¡Los zorros habían regresado! Y trataban de entrar derribando la puerta.
-¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! Sin asado no nos dejarán.
Federico necesitaba avuda. Pensó en Brutus, el toro que estaba en el galpón. ¡Pero el galpón estaba tan lejos!
“Sólo tengo una posibilidad”, se dijo.
Federico puso su pelota de fútbol en el borde de la ventana. Este sería el tiro más importante de su vida.
Federico le dio con todo.
La pelota salió disparada y desapareció por la ventana abierta del galpón.
-Ja, ja, ja! ¡No nos dio! -rieron los zorros, dando otro fuerte golpe a la puerta.
…que cayó sobre el cerdo e hizo chillar de risa a los cerditos. Rieron con tantas ganas que volcaron el cubo de leche. La leche empapó completamente al cabrito.
¡Sacudiéndose y tratando de secarse, el cabrito despertó a las ovejas y las asustó tanto…
…que cayeron sobre la escalera, que tiró y desparramó los fardos de pasto…
…que fueron a caer sobre…
Brutas, el toro!
Brutus tenía un carácter terrible y no le gustaba que interrumpieran su siesta.
Resoplando, rompió el corral, echó abajo la puerta del galpón y salió.
Estaba tan furioso que nada podía detenerlo.
¡Había sólo una cosa que Brutus odiaba, más aún que el ser molestado mientras dormía la siesta, y eso era el color rojo!
Yeso fue, ni más ni menos, lo que vio cuando irrumpió en el patio…
…¡tres zorros rojos como carros de bomberos!
Brutus galopó tras ellos y los hizo aullar y correr despavoridos.
Federico sabía que esta vez los zorros se habían ido para siempre.
-¡Bien hecho, Brutus! -gritó desde la ventana- ¡Lo logramos!
El peligro había pasado. Los conejos salieron del sótano. Cuando descubrieron lo que Federico había hecho, lo aplaudieron emocionados. Y todos felices celebraron no solamente el cumpleaños de Liza sino también su buena suerte.
Liza les dijo a todos:
-Federico será el mejor futbolista del mundo. Nadie más habría podido disparar un tiro así.
AUTOR:
Este cuento es una traducción del cuento original de:
Bad, bad bunny trouble
Autor e Ilustrador – Hans Wilhelm
Traductora – Paula Raynal