De todos los cuentos infantiles de la literatura universal quizás uno de los más leídos se Alicia en el país de las maravillas, del escritor Lewis Carroll. ¿Recuerdas de qué trata esta novela? Obviamente la historia está protagonizada por una niña bella e inteligente llamada Alicia. Ella vive un sinnúmero de aventuras en un país imaginario en el cual todo es posible. Esa es la magia de la mente infantil. Cuando somos niños tenemos la mente mucho más fértil que cuando nos hacemos adultos. Ser adulto implica para muchos de nosotros un retroceso, más que un paso adelante. Lo digo en el sentido de que perdemos gran parte de ese mundo interior que construimos en siendo apenas unos infantes.
No obstante, todos conservamos un poco de ese niño inocente y creativo en nuestro inconsciente. Gracias a eso podemos saltar nuestros problemas con un poco de buena onda. Tal vez a ese inconsciente apeló el escritor Lewis Carroll, quien ideó una de las novelas para niños más dulces jamás escrita. Dicen los estudiosos que tal vez el autor padecía algún tipo de enajenación mental que le impedía comportarse como un adulto, pero yo lo creo así. Sencillamente creo que era un hombre muy sensible y amante de los niños, que sabía cómo comunicarse con ellos. La comunicación con los niños a nivel intelectual es muy complicado, no por los niños, sino por nosotros, los adultos. Como decía anteriormente, los niños tienen una inteligencia superior porque no cuentan con los prejuicios y miedos que tenemos casi todos los adultos. Ponerse a la altura de los niños y las niñas es realmente complicado para los escritores. Tal vez por eso no abundan los buenos escritores infantiles. Yo recomiendo especialmente a Antoine de Saint-Exupéry, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen y, por supuesto, Lewis Carroll. ¿Qué tienen en común estos autores? Pues que supieron escribir para los niños, sin tratarlos como personas que no entiendan el mundo. Los niños entienden perfectamente todo a su alrededor, solo que a su manera. Y creo que es la mejor, porque no hay nada más triste que ver la vida con los espejuelos de los prejuicios nublándote la vista.
¡Pero déjame contarte sobre Alicia en el país de las maravillas! Como imaginarás después de la introducción que te he contado, el libro es una verdadera pieza de arte. Muchos adultos reconocen que luego de haberlo leído de niños, han regresado a él con el paso de los años. Lo bueno de releer un texto de nuestra infancia es que volvemos sobre nuestros pasos con otra visión del mundo y, por lo tanto, entendemos la historia de otra manera. A mí me pasó eso cuando releí Alicia en el país de las maravillas hace algunos meses. Fue un verdadero descubrimiento.
Para comenzar me reí mucho con la actitud del Conejo Blanco, que confunde a la pobre Alicia con su sirvienta. La niña no le reclama el maltrato y decide ayudarlo, porque se da cuenta de que el conejo está casi ciego y desvalido. Pasa por alto la arrogancia del conejo y sale a su casa a buscar los objetos que el animal había dejado olvidados en casa. Es en ese momento donde comienzan las grandes aventuras de Alicia, pues cuando llega a la casa, esta se encontraba abierta de par en par. Por lo tanto, la niña entró directamente al cuarto del conejo mandón.
Infante al fin y al cabo, Alicia vio un frasco con una sustancia misteriosa. Cuando miró detenidamente el objeto se percató de que decía atrevidamente “bébeme”. La niña leyó esa palabra y sintió un deseo tremendo de tomar un sorbito. Lo hizo y automáticamente creció tanto que llenó la habitación con su cuerpo.
El conejo se enfureció por la demora de su supuesta criada y volvió también a su casa. Cuando no pudo abrir la puerta de su alcoba porque Alicia la tenía llena con su cuerpo le pidió ayuda a su amigo Bill, un lagarto muy gracioso. Pero Alicia, sin querer, lo mandó a volar por los aires, porque estaba muy grande en ese momento.