Dicen los que saben que la diferencia entre los filósofos y las personas comunes es precisamente su capacidad de asombro ante la vida que transcurre ante sus ojos. Dicho de otra manera, los filósofos son aquellas personas que encuentran en los rincones más anónimos a personas u objetos que pueden tener historias interesantes para contar. Es por ello que los filósofos son tan apreciados, por su capacidad de asombro y razonamiento.
Si bien los filósofos existen entre nosotros desde la antigüedad, no siempre han tenido ese nombre. Antes de que la profesión se hiciera conocida existían personas que llamaban la atención por su agudeza mental. Los rapsodas o cuenteros fueron muy populares en la antigüedad, porque a todos a su alrededor disfrutaban con sus historias. Las historias de estos narradores orales no siempre estaban apegadas a la realidad. De hecho, el gancho de las historias de rapsodas y cuenteros se basaba en sus grandes cuotas de imaginación. Las personas que se reunían en corro y escuchaban lo que los cuenteros tenían que decir. Pero estas historias muchas veces estaban cargadas de fantasía y misterio. Al ser humano siempre le ha llamado la atención lo desconocido, lo que sus ojos son incapaces de ver.
En este tipo de personajes se basó el escritor británico Oscar Wilde, quien sentía un gran apego por las historias de los seres humanos. La importancia de llamarse Ernesto, El retrato de Dorian Grey, El ruiseñor y la rosa… son algunos de sus textos más logrados.
El hombre que contaba historias es otro de sus relatos más famosos. En este cuento, uno de los más cortos de su obra, todo versa alrededor de un narrador muy respetado en su pueblo. Los habitantes se reunían cada noche para pasar el rato escuchando las imaginerías del protagonista. Por supuesto, en los relatos no faltaban los faunos, las sirenas de cabellos verdes y demás fantasías por el estilo. Aunque los oyentes jamás habían visto criaturas semejantes en su vida, le creían ciegamente, porque el narrador era muy convincente en su actuación.
No obstante, un día la situación cambió y el narrador fue sorprendido por sus propias criaturas fantásticas de camino a casa. Cuál no fue su sorpresa al verse en medio de su propio mundo de ilusiones. Por supuesto, el hombre sintió mucho miedo, porque realmente no todos los días uno se cruza en su camino con faunos del bosque toca la flauta para otras criaturas sobrenaturales. Fue entonces que el cuentero enmudeció por primera vez delante de su público. La sorpresa fue demasiada.