Había una vez una anciana que vivía con sus tres hijos en una casita de madera, a la entrada de un bosque muy oscuro.
Un año, al acercarse el invierno, la anciana pidió a su hijo mayor que fuera al bosque y cortara un árbol para hacer leña.
-¿Para qué? -preguntó el muchacho-. Cuando haga mucho frío, podemos meternos en la cama y no hará falta encender el fuego.
-¡No seas vago! -dijo la anciana-No podemos quedarnos en la cama todo el invierno. Tú eres el hijo más fuerte que tengo, así que deberás traer la leña.
Al hijo mayor no le gustaba trabajar, pero al fin salió rumbo al bosque, llevando el hacha más pequeña que tenía. Cuando llegó, se acercó al árbol más podrido que encontró. Pensaba… “Seguro que éste no será difícil de cortar”.
Levantó el hacha para empezar el trabajo. Tras el primer golpe, sintió que alguien le tocaba el hombro. Se volvió y vio al ogro más horrible que podáis imaginaros. Tenía un ojo rojo en el centro de la frente. La nariz era de color morado, llena de bultos y retorcida como las raíces de un árbol.
-¡Oye, chico! -gritó el ogro-. Si derribas un solo árbol de mi bosque, te romperé en cincuenta pedazos.
Él joven tiró el hacha y corrió a casa tan rápido como pudo para contarle a su familia lo sucedido.
-¡Mira que tenerle miedo a un ogro viejo y estúpido! -dijo un hermano, el segundo hijo de la familia-. Mañana iré yo.
Al amanecer, tomó un hacha más grande y salió a buscar leña. Ya en el bosque, encontró un árbol tan grande que tenía leña suficiente para todo el invierno.
-¡Trac! ¡Trac! ¡Trac! ¡Trac! ¡Trac! -resonaron los golpes del hacha.
Pero antes de que hubiera llegado a la mitad del tronco, apareció el ogro.
—¡Eh, forzudo! ¿Qué haces? Levanta otra vez esa hacha y te haré cien pedazos.
-No te creas que un ogro vi-viejo como tú puede asus-sustarme. No me-me das mie-miedo. Voy a derribar-bar este árbol.
-iEso ya lo veremos! -y levantando un brazo larguísimo, el ogro arrancó una rama muy grande. Luego la partió en su rodilla y comenzó a romperla en astillas.
Al ver que el ogro era tan fuerte, huyó veloz hacia casa. Temblaba de miedo. Al llegar, su hermano mayor le dijo:
-¿Y dónde has dejado la leña?
-Me encontré a ese ogro tan horrible y me echó del bosque. Era demasiado fuerte, medía unos quince metros…
Entonces habló el hijo menor de la anciana.
-A mí sí que no me asustaría. Estoy seguro de que no. Iré a traer la leña.
-¿Tú? Eres demasiado pequeño. Con ese ogro no tendrías la menor oportunidad.
-¡Por favor, dejadme ir!
Al final, y pese a sus temores, la anciana decidió que el hijo menor probara suerte en el bosque.
Así pues, al día siguiente, el tercer hijo tomó el hacha más grande que había en la casa. Era tan pesada que
apenas podía llevarla. Fue al armario de la cocina y tomó un queso muy blando que tenía la cáscara dura. Cuando los hermanos vieron que se guardaba el queso en la bolsa, se burlaron de él.
-¿Para qué lo quieres? ¿Es que te vas de excursión con tu amigo el ogro?
Pero el muchacho no respondió y salió de casa arrastrando el hacha.
Al llegar al bosque, se acercó al árbol más grande que había. Hizo un gran esfuerzo para levantar el hacha, pero era tan grande que tuvo que dejarla caer… Sin embargo, el sonido hizo que el ogro acudiera furioso. Rugió con gran voz:
-¡Oh, no! ¡Otro más! ¡Y no es más que un niño! Si cortas ese árbol, te haré en mil pedazos.
El niño se enfrentó al ogro y gritó: -Si lo intentas, te destrozaré igual que a esta piedra.
Al decir esto, el niño agarró el queso blando y lo apretó con fuerza.
El queso se deshizo en su mano salpicándolo todo y el chorro más grande fue a dar en el único ojo del ogro.
-¡Está bien! ¡Está bien! -gritó el ogro-. Me rindo. ¡No me aplastes como a la piedra! Puedes cortar todos los árboles que quieras, o te los cortaré yo, si prefieres, y te llevaré a casa los troncos.
Desde ese día, el ogro se encargó de que la anciana y su familia tuvieran toda la leña que necesitaban.