El cumpleaños de Linda caía en la época más calurosa del año, cuando la gente huía del ardiente sol en busca de lugares frescos. Así que para su cumpleaños, sus padres le regalaron un bonito parasol.
-¿Puedo salir sola de paseo con mi nuevo parasol? —le preguntó a su madre.
—Está bien, pero no tardes y ten mucho cuidado.
Linda caminaba junto a un arrozal en dirección a la selva, cuando vio a un gigantesco gorila que avanzaba entre los árboles balanceándose y con los brazos colgando.
“¡Ay de mí! Sólo puedo esconderme detrás de mi parasol y aguardar a que me atrape”, pensó Linda. Así pues, temblando, se arrodilló detrás de su parasol. Pero no sucedía nada, no sucedió nada. Cuando Linda se asomó por detrás de su parasol, todo estaba tranquilo, y no había ningún gorila a la vista.
Siguió caminando y al poco rato vio una siniestra silueta deslizándose entre los arbustos. ¡Era un tigre que avanzaba sigilosamente hacia ella!
“¡Ay de mí! Sólo puedo esconderme detrás de mi parasol y aguardar a que me atrape”, pensó. Así pues, temblando, se ocultó de rodillas detrás de su parasol. Pero no sucedía nada, no sucedió nada. Cuando se asomó, todo estaba tranquilo, y no había ningún tigre a la vista.
Al poco de reemprender su camino, una sombra oscura le hizo levantar la vista. Una inmensa águila de alas gigantescas se abatía sobre ella.
“¡Ay de mí! Sólo puedo esconderme detrás de mi parasol y aguardar a que me atrape”, pensó. Así pues, temblando, se sentó detrás de su parasol y esperó. Pero no sucedía nada, no sucedió nada. Cuando se asomó por detrás de su parasol, todo estaba tranquilo, y no había ningún pajarraco a la vista.
Al regresar a casa, Linda contó a la madre sus aventuras.
—¿Has mirado el exterior de tu parasol? —le preguntó su madre.
Linda abrió su parasol y cuando fue a examinarlo, dio un salto atrás asustada. En el parasol había pintado un refulgente dragón de mirada temible y afiladas garras.
—Ahora comprenderás —dijo la madre—, lo bien que te ha protegido el dragón.