Un rey muy avaro al que no le preocupaban los problemas de sus súbditos mandó llamar al mago más importante del reino y le dijo:
– Quiero que con tu magia consigas que todo lo que toque se convierta en oro, y así convertirme en el rey más rico del mundo.
– El mago pensó en darle una lecció, y le dijo:
-Te voy a conceder tu insensato deseo.
Para tu desgracia, desde este momento todo aquello que roce tu cuerpo se convertirá en oro macizo.
Y lanzando una carcajada que ponía los pelos de punta, el mago desapareció como por arte de magia.
En efecto, desde ese momento todo cuanto tocaba el rey se convertía en oro; una puerta, una silla, la mesa del comedor, el vaso de agua, un pollo asado…
¡No podía beber!
¡No podía comer!
– ¡Papá, papá! – exclamó la princesita, que se acercaba corriendo a besar a su padre.
– ¡No, hijita!¡ No te acuerdes a mí!
Pero ya era tarde…
En el mismo momento en que le dio un beso la niña se convirtió en una estatua de oro purísimo.
De rodillas en su suelo de oro y llorando a lágrima viva, el rey, tremendamente arrepentido, llamó al mago.
Éste vio que el rey había aprendido la lección y le quitó el desgraciado don.
El rey Midas cambió completamente su manera de ser; repartió sus riquezas con la gente y así, siendo generoso, conoció la verdadera felicidad.