Brincando por un camino polvoriento, el pequeño Gobolino se preguntaba qué aventuras le aguardarían. Cuando nació era el gato de una bruja. Hasta ayer había sido un feliz gato faldero, pero ahora debía emprender una nueva vida.
Al atardecer llegó a una ciudad bulliciosa. Las luces de las ventanas le hacían guiños y parecían grandes ojos amarillos. En montones de hogares felices crepitaba la lumbre, y gatos gordos y comodones dormitaban bajo las sillas. Pero Gobolino no pertenecía a nadie… y nadie pertenecía a Gobolino.
Saltó al alféizar de una ventana y echó una ojeada al interior. Dentro de la habitación se veían docenas de grandes jaulas. Y dentro de cada jaula había un gato sentado en un cojín de terciopelo azul.
Un anciano estaba sentado ante una mesa cortando carne y poniéndola en doce platos azules. La piel de los gatos era muy lustrosa, tenían los ojos brillantes y los bigotes limpios. Gobolino les oía ronronear incluso a través de la’ventana.
“Se les ve muy cuidados y contentos”, pensó. “Pero nadie que tenga tantos gatos querría tener otro más.”
En aquel momento, se abrió la puerta de par en par y se oyó una voz que decía: -Gatito, gatito, lindo gatito, ¡ven aquí!
“¡Oh, me está llamando a mí!”, pensó Gobolino entusiasmado.
El anciano recogió a Gobolino y lo depositó en una jaula vacía con un cojín azul y un plato de carne.
Al cabo de un rato, Gobolino se dirigió a la gata de la jaula vecina. -¿Qué hacemos en estas jaulas? -le preguntó.
-¿No lo sabes? -se burló la gata-. Ahora eres un gato de exposición.
Por la mañana, el anciano cepilló y peinó a sus gatos uno por uno. Se sorprendió un tanto al ver las chispitas de colores que salían de la piel de Gobolino, pero no dejó de decirle lo bonito que era.
-¡Qué piel, qué cola, qué colorido y qué preciosos ojos azules!…
Los otros gatos gruñeron. -Mira, están celosos -dijo el anciano mientras anudaba una cinta roja alrededor del cuello de Gobolino.
-¿A qué viene tanto alboroto? -preguntó Gobolino a la gata de al lado.
-¿No lo sabes? -contestó ella desdeñosa- Mañana es el día de la exposición de gatos. Van a llevarnos a todos. Mucho antes de llegar, Gobolino pudo oír los maullidos de los cientos y cientos de gatos reunidos en la exposición: allí habían gatos grandes, pequeños; gatos negros, blancos, atigrados; gatos persas; gatos gordos, flacos, guapos, feos…, y todos los gatos de nuestro anciano. Entre ellos estaba Gobolino, el gato de la bruja, con sus ojos candorosamente azules.
Al ver a Gobolino, algunos gatos empezaron a cuchichear: -¿Quién es ese gato negro tan raro? No estaba aquí el año pasado.
-No, es nuevo -decían otros. Aunque Gobolino no podía oír todas las frases, las jaulas eran todas un susurro: “¡Gobolino! ¡Gobolino! ¡Gobolino!”
Fueron pasando los jueces examinando a los gatos. Al cabo de un rato, sacaron unas tarjetitas de colores y las prendieron en los más bonitos. El vecino de Gobolino tenía una tarjetita de color rojo en la que ponía “PRIMER PREMIO”. El gato de enfrente llevaba una azul.
El anciano corrió entre las jaulas acariciando a los que habían conseguido premios y prometiéndoles toda clase de ricos manjares para la cena. Entonces, el juez principal se levantó para proclamar al mejor gato de la exposición. ¡Era Gobolino!
Por unos momentos reinó un gran silencio; después, silbidos; luego, bufidos, y, finalmente, grandes lamentos. Los iracundos gatos continuaron protestando hasta que, de una de las jaulas, surgió un gran rugido: “¡Gobolino es el gato de una bruja!”. Por todas las jaulas se extendió el furioso murmullo: “¡Gobolino es el gato de una bruja!”. Al oír los silbidos y los bufidos, los jueces se pusieron pálidos.
-¿Por qué, por qué nacería yo en casa de una bruja? -dijo Gobolino acurrucándose en su jaula- No quiero ganar premios. Sólo quiero un hogar. ¿Qué va a ocurrirme ahora?
El anciano fue obligado a marcharse de allí rápidamente y a llevarse todos sus gatos.
Al salir, abrió la puertecita de la jaula de Gobolino y le dejó abandonado en la calle tras increparle.
-¡Criatura miserable! ¡Aléjate! No quiero volver a verte nunca más.
Colocó a los demás gatos en su carreta, fustigó al flaco caballito y se alejó a galope entre una nube de polvo.
A Gobolino no le dio ninguna pena verlos marchar. En verdad, no le había gustado nada ser un gato de
exposición, y eso de vivir en una jaula le parecía muy aburrido. “Estoy seguro de que, en alguna parte, hay un hogar donde me querrán”, pensó.
Dejando atrás la ciudad, Gobolino corrió hacia el sur en dirección al mar. Pasó por ciudades y villas, por cabañas y por granjas. Pero en ninguna parte le recibieron bien. Así pues, su corazón dio un brinco cuando divisó el mar, con sus reflejos de plata, y los barcos, de grandes velas blancas.
Al llegar al muelle, se sentó al sol y no se cansaba de mirar los barcos, las gaviotas y los marineros. Súbitamente, de entre un montón de cuerdas salió un ratón. Gobolino lo cazó de un solo zarpazo.
-¡Bien hecho! -dijo alguien tras él. Era la voz de un joven marinero que le miraba con una sonrisa amistosa.
-En mi barco, el Mary Cruz, hay muchos ratones, y no tenemos ningún gato. ¿Te gustaría venir con nosotros para atraparlos?
“¡Por fin!, aquí hay alguien que me necesita”, pensó. Y contestó al marinero.
-Seguro que me gustará el mar. ¡Gobolino, el gato del barco!
Navegaron por océanos llenos de sol, por islas maravillosas y arrecifes de coral. Pero una mañana, el viento encrespó las aguas y la sombra de una bruja marina se proyectó sobre el barco. Los marineros la vieron volando allá, arriba, pero creyeron que era una gaviota.
Al caer la noche arreció la tormenta y las olas se hicieron tan altas como montañas. El Mary Cruz navegaba a bandazos, el viento aullaba y crujían los maderos. Las olas se estrellaban sobre la cubierta. Por dos veces Gobolino estuvo a punto de caer por la borda, arrastrado por el agua.
Entrada ya la noche la tormenta se recrudeció. “¿Es que no se va a acabar nunca?”, pensó Gobolino mientras rodaba de un lado para otro.
Al amanecer la tormenta continuaba. Pero entonces Gobolino escuchó un sonido nuevo. Era la voz de la bruja marina que entonaba esta canción:
Por fin el Mary Cruz al fondo se hundirá, de su tripulación nadie se salvará, pues ningún marinero de cuantos lleva dentro sabría deshacer mi viejo encantamiento.
Un antiguo recuerdo asaltó a Gobolino. Recordó que, hacía mucho, mucho tiempo, estando en la cueva de la bruja, había escuchado las siguientes palabras: “Sólo hay una manera de deshacer el encantamiento de una bruja: se ha de saltar sobre su sombra y gritar ¡TONTERIAS!”.
Nadie vio al gatito trepar por los cabos del barco hasta el nido de la corneja. Hubo de agarrarse bien fuerte. Las olas empapaban su piel y llenaban de agua sus ojos.
Como el sol estaba cubierto por grandes nubes, la bruja marina no proyectaba sombra alguna. De repente, retrocedieron las nubes y el sol apareció en un trocito de cielo azul. Los marineros descubrieron a Gobolino allá arriba, sobre ellos, y escucharon su voz que resonaba más fuerte que la misma tempestad:
-¡Ama, oye, ama!, ¿no me conoces? Soy Gobolino, el gato de la bruja: no dejes que me ahogue en este horrible barco.
La bruja marina, al oírle, le contestó: -¿Es eso cierto? ¿Qué estás haciendo a bordo del Mary Cruz?
-Me subieron los marineros. No me pude escapar.
-¡Los gatos de las brujas saben nadar como focas! -replicó la bruja marina acercándose cada vez más al barco-. ¡Tírate al agua y nada! Cuando el barco se haya ido a pique te recogeré con mi escoba y te llevaré a casa.
-¡Está tan lejos y es tan profundo! -sollozó Gobolino-. Tengo miedo. ¡Oh… me estoy cayendo!
-¡Bueno, venga! -dijo la bruja-, prepárate para saltar a mi escoba cuando yo pase.
Justo cuando la luz empezaba a palidecer, cruzó la bruja por delante del sol. Su sombra se proyectó sobre la cubierta por un instante. Gobolino saltó, pero no a la escoba, sino encima de su sombra, gritando en voz muy alta ¡TONTERIAS! mientras caía.
Con un rugido de ira, la bruja desapareció.
-¡Traidor, traidor! -gritó, en el momento que el viento la engullía. De repente, se hizo sobre el mar una gran calma. El Mary Cruz estaba a salvo.
Los marineros no comprendían lo que pasaba y murmuraban cosas sobre Gobolino.
-No era una gaviota. ¡Era una bruja!
-Y él hablaba con ella. ¡Yo le oí!
-Dijo que era un gato de bruja.
-No me extraña que la bruja persiguiera al barco.
Todos miraban —-a Gobolino y nadie quería cogerle en brazos ni acariciarle.
El gato se sentó en cubierta, triste y solitario. Al mediodía, se acercó a hablarle el capitán.
-Oye, Gobolino -dijo afectuosamente-, me temo que tendremos que separarnos. Mis marineros se niegan a trabajar hasta que no te marches. Trae mala suerte llevar a bordo al gato de una bruja.
Gobolino asintió, y el propio capitán le llevó a tierra.
Los marineros despidieron al gato con grandes saludos, pero él no quería mirar atrás y ver como se alejaba el Mary Cruz dejándole en tierra.
Así que siguió adelante valientemente pensando para sus adentros: “No importa. Seguro que alguien ha de querer pronto al pequeño Gobolino”