Era una noche oscura en que brillaban las estrellas, un grupo de pieles rojas se acurrucó alrededor del fuego. De pronto, el guerrero más anciano se puso en pie. Tenia el rostro tan viejo y tan oscuro como la tierra: estaba envuelto en una manta de colores brillantes. Allí y entonces comenzó a relatar la historia del nacimiento del mundo…
«Cuando Coyote, el perro del desierto, terminó de hacer el mundo, tomó el viento, que tenía forma de caracola, y le dio vuelta para hacer el cielo. Puso colores brillantes en los cinco rincones del mundo y de pronto brotó un arco iris que separó la noche del día. Entonces se sentó y empezó a silbar; el Sol y la Luna comenzaron a moverse.
Coyote puso árboles, estanques, montañas y ríos en las praderas, y creó todos los animales.
-Y finalmente, haré al Hombre-se dijo Coyote en voz alta.
Los animales le oyeron y quisieron ayudarle. Así pues, todos se sentaron en circulo en medio del bosque: Coyote, el oso pardo, el león, el oso colmenero, el ciervo, el carnero, el castor, la lechuza y el ratón.
-Puedes darle la forma que quieras -dijo el león-, pero creo que tendría que tener unos dientes afilados para morder la carne, y también unas garras largas.
-¿Como las tuyas? -preguntó Coyote.
-Bueno… sí, como las mías -dijo el león-. Necesitará pelo, por supuesto. Y una gran voz para rugir.
-¿Como la tuya? -preguntó Coyote.
-Si. como la mía -respondió el león.
-Nadie quiere una voz como la tuya -interrumpió el oso pardo-. Tú espantas a todo el mundo. En cambio, el Hombre debería poder caminar sobre las patas traseras para acercarse a las cosas y apretarlas entre sus brazos hasta aplastarlas.
-¿Como tú? -preguntó Coyote.
-Bueno, sí, como yo -replicó el oso pardo.
El ciervo, que temblaba nervioso y no paraba de echar miradas por encima del hombro, dijo:
-¿Por qué habláis de morder carne y aplastar cosas? Eso no está bien. El Hombre debe saber cuándo corre peligro para poder escapar. Debe tener unas orejas de caracol para poder oír hasta los ruidos más débiles.
Y ojos como la Luna, que lo ve todo.
Y una cornamenta, claro. Necesitará una cornamenta.
-¿Como la tuya? -preguntó Coyote. -Bueno, sí. Como la mía -repuso el ciervo.
-¿Como la tuya? -intervino el carnero, despectivo-.¿Para qué sirve una cornamenta?
Son largas y puntiagudas y se enganchan en todas las ramas y los arbustos. No sirven para embestir, Pero si tuviera unos cuernos…
-¿Como los tuyos? -preguntó Coyote. El carnero dio un respingo. No le gustaba que lo interrumpieran.
Entonces se levantó el castor y dijo: -Os estáis olvidando de lo más importante: la cola. Supongo que las colas finas y largas estarán muy bien para espantar a las moscas. Pero el Hombre tiene que tener una cola ancha y plana. ¿Cómo, si no, va a construir diques en los ríos?
-¿Como tú? -preguntó Coyote.
-No hay nadie que pueda construir diques como yo -dijo el castor, fanfarroneando.
-Me parece que el Hombre es demasiado grande -chilló el ratón-. Sería mucho mejor si fuese pequeño.
-¡Estáis todos loo-cos! -gritó la lechuza- ¿Y las alas? Si queréis que el Hombre sea el mejor de los animales, tenéis que ponerle alas.
-¿Como las tuyas? -preguntó Coyote.
-¿Sólo sabes decir eso? -se quejó la lechuza-. ¿Acaso no tienes ninguna idea?
Coyote se puso en pie de un salto y se colocó en el centro del círculo.
-¡Qué animales más tontos! ¡No sé en qué estaría pensando cuando os hice! Todos queréis que el Hombre sea exactamente igual a vosotros.
-Yo supongo que el Hombre debe ser exactamente como tú. Coyote -gruñó el oso colmenero.
-¿Entonces, cómo podrían distinguirnos? -respondió Coyote- Me señalarían diciendo: “Ahí va el Hombre”. Y señalando al Hombre dirían: “Ahí va Coyote”, No, no, no, no. El Hombre tiene que ser distinto.
-¡Pero con cola! -gritó el castor.
-¡Y alas! – gritó la lechuza.
-¡Y cuernos! -baló el carnero.
-¡Que ruja! -rugió el león.
-¡Y muy pequeño! -chilló el ratón.
Nadie escuchó al ratón. Estaban todos demasiado ocupados peleándose. Se mordían, se arañaban y se embestían: los animales luchaban en el bosque mientras Coyote se mantenía apartado, con el ceño fruncido. Volaban los pelos, las plumas, las pezuñas y los cuernos.
Coyote los recogió y, juntándolos, hizo toda clase de animales nuevos y raros, como el camello y la jirafa.
Después de la pelea los animales quedaron tumbados en el suelo, sin fuerzas para seguir luchando.
-Creo que tengo la solución -dijo al fin Coyote.
Los animales lo miraron; algunos gruñeron. Pero Coyote se dirigió a todos por igual.
-El oso tenía razón cuando dijo que el Hombre tenía que andar sobre las patas traseras. Eso significa que podrá alcanzar los árboles. El ciervo estaba en lo cierto al decir que el Hombre debía tener buen oído y buena vista. Pero si el Hombre tuviera alas, como propuso la lechuza, se daría de cabeza contra el cielo. La única parte de pájaro que necesita son las largas garras del águila. Creo que las llamaré dedos. Y el león acertó al decir que el Hombre tenía que tener una voz muy fuerte, pero al mismo tiempo debe tener una voz débil, para que no asuste tanto. Creo que el Hombre debería ser suave como el pez, que no tiene pelos que le den calor ni picores. Pero lo más importante -concluyó Coyote- ¡es que el Hombre debe ser más listo y más astuto que todos vosotros!
-Como tú -mascullaron todos los animales.
-Bueno, sí, gracias -dijo Coyote-. Como yo.
Se oyeron muchos gruñidos y silbidos airados, y los animales gritaron:
-¡Siéntate, Coyote! ¡No nos gustan tus tonterías!
-Bueno -dijo Coyote, paciente- Hagamos un concurso. Cada uno de nosotros hará un modelo de Hombre en barro. Mañana veremos todos los modelos y decidiremos cuál es el mejor.
Así fue como todos los animales salieron corriendo a buscar agua para hacer barro. La lechuza hizo un modelo con alas. El ciervo hizo uno con orejas muy grandes y unos ojos inmensos. El castor modeló un animal con una cola ancha y plana. El ratón hizo un modelo muy pequeño. Pero Coyote hizo al Hombre.
El Sol se puso antes de que ninguno hubiera terminado su modelo. Se echaron sobre la tierra, en el bosque. Todos dormían, excepto Coyote, que trajo agua del río y la echó sobre todos los otros modelos. La cola de barro del castor se cayó. La cornamenta de barro que había hecho el ciervo también, y lo mismo sucedió con las alas de barro de la lechuza.
Coyote sopló en la nariz del modelo de Hombre que había hecho. Y cuando los demás animales se despertaron, descubrieron que había un animal nuevo en el bosque. Era el Hombre.
Tras contar este fantástico relato, el viejo guerrero se sentó, arrebujándose en su manta. Mientras se apagaba el resplandor de la hoguera, estuvo sentado, callado como la propia tierra, mirando hacia la oscuridad. En la distancia, se pudo escuchar el grito del Coyote que resonó por toda la pradera.