Había una vez un hombre que tenía cincuenta gorros colorados. Su mujer los puso en una bolsa y lo despidió para que fuera a venderlos en la feria.
Anduvo por un camino polvoriento hasta llegar a un bosque. Se sentía tan fresco debajo de los árboles que el hombre tiró la bolsa al suelo y se sentó a descansar. Entonces le entró sueño; sacó uno de los gorros de la bolsa, se lo puso, se apoyó en un árbol y se quedó dormido.
Pero el hombre ignoraba que en el bosque vivía una cuadrilla de monos. Después de un rato, un mono viejo se bajó de un árbol y se acercó al hombre dormido.
Con mucho cuidado, fue tirando de un gorro hasta sacarlo de la bolsa y se lo puso en la cabeza. Luego volvió a trepar al árbol y se sentó en una rama, riéndose. Ya sabéis que a los monos les gusta imitar a las personas.
Al ver lo que había hecho el mono viejo, un monito bajó saltando del árbol. Se acercó con mucho sigilo al hombre, tomó un gorro y regresó al árbol. Lo mismo hicieron otros compañeros del monito con una rapidez increíble. Así que pronto hubo cuarenta y nueve monos subidos a los árboles, parloteando y riéndose. ¡Y todos se habían puesto el gorro colorado en la cabeza! Los monos hacían tanto ruido que el hombre se despertó y vio que la bolsa estaba vacía.
-¿Y ahora qué voy a hacer? -gritó-. ¿Qué le diré a mi mujer cuando llegue a casa sin dinero… y sin los gorros?
Estaba tan enfadado por haberse dormido que se arrancó el gorro y lo tiró al suelo, enfurecido.
Los cuarenta y nueve monos que estaban sentados en los árboles vieron lo que había hecho. Así que, todos a la vez, también se quitaron los gorros y los tiraron al suelo.
El hombre no podía creer lo que veía. Pero estaba muy contento de la suerte que había tenido. Recogió los cincuenta gorros, los volvió a poner en la bolsa y, echándosela al hombro, se marchó a venderlos en la feria.