Había una vez un molinero muy humilde que vivía con su hijo en un pueblo muy pero muy lejano. En una ocasión el pueblo fue azotado por una terrible sequía que hizo que el pobre hombre, al igual que todos los molineros de la región, perdiese su cosecha de trigo. Debido a esto ese año no hubo trigo que moler por lo que la situación del molinero y su hijo era cada vez más difícil pues ya su trabajo no les estaba dando resultados.
– ¡Oh padre mío, ya no nos queda ni una barra de pan! ¡Qué gran problema padre! ¿Qué vamos hacer? –dijo el joven con voz muy triste.
Ante tal situación al padre se le ocurrió una magnífica idea la cual dijo con una voz muy entusiasmada a su hijo.
-¡Vendamos nuestro asno! Pues si ya no tenemos nada que cargar ya no nos es tan útil.
Al día siguiente emprendieron camino a la ciudad con el objetivo de vender al asno. Ese día era uno de los más calurosos del verano y mientras iba rumbo a la ciudad, el molinero y su hijo, no paraban de secarse el sudor.
Después de un rato caminado, llegaron a la orilla de un río, donde estaban unas mujeres lavando ropa. Estas voltearon a verlos y entre burlas y risas dijeron:
– Pero que tonto sois los dos, con un asno y van caminado bajo este sol y calor infernal.
– ¿Por qué la ofensa? Yo no veo nada malo en tener un asno –respondió el hombre con cierta molestia.
Al ver que el molinero no se percataba de la situación, una de las mujeres que lavaba le dijo:
– Está haciendo mucho calor, si fueras astutos al menos llevarías a tu hijo montado en el asno.
Al escuchar las palabras de la mujer, el molinero se dio cuenta que tenía razón, así que monto a su hijo sobre el burro y continuó su camino hacia la ciudad.
Varios kilómetros después se encontraron a una pobre anciana que apenas podía caminar, pues para poder hacerlo usaba un bastón en el que apoyarse. Pero esta anciana no encontró bien que el pequeño fuese en el asno y el viejo molinero caminando bajo ese calor tan fuerte así que levantó su bastón con fuerza y le dio un golpe bien duro al niño y le dijo:
– Deberías estar abochornado de ver a tu padre, un hombre viejo y cansado caminado bajo el sol, y tu aquí encima del asno.
El niño se puso a pensar y vio que la anciana tenía razón y que no era justo, así que se bajó del asno y le dijo a su padre que subiese mientras él caminando guiaba al asno por el camino hacia la ciudad.
Un rato más tarde se encontraron a un caminante que paso junto a su lado y que desde que los vio no para de reírse y les dijo:
– ¡Habrán personas más tontas que ustedes! Deberían ir los dos encima del asno ya que este calor es agotador.
Al ver que el calor era muy grande, el molinero y su hijo, consideraron que esta era una gran idea, y entonces los dos se subieron al pobre burro que estaba muy cansado y que casi ni podía con el peso de ambos.
Después de llevar otro rato caminado se encontraron con un labrador que estaba trabajando la tierra y que al ver tal situación les gritó enfurecidos:-
– ¡No tendrán ustedes corazón al maltratar a este pobre animalito obligándolo a llevar semejante carga!
– No importa, al final lo pensamos vender en el mercado de la ciudad –dijo el molinero un poco molesto.
-Con más razón no deberían ir así, ya que lo que van a vender es un asno cansado y que no va a servir –respondió el labrador más asombrado aún de la situación.
Terminando de decir esto el molinero y su hijo miraron al pobre asno y al bajar de él le dijeron:
– ¿Cómo hemos podido ser tan crueles contigo y te hemos pasar tanto trabajo? Para enmendar nuestro error te vamos a llevar sobre nuestros hombros.
Para llevar a cabo semejante idea, ataron las patas del asno a un palo, y después lo cargaron sobre sus hombros. Como iba muy incómodo el asno, comenzó a moverse para ver si podía escaparse. Tanto el molinero como su hijo se asustaron tanto que soltaron el palo y el asno cayó fuertemente al río.
Moraleja: Debes hacer las cosas por ti mismo y no hacer lo que todos te dicen porque si no fracasaras como el molinero.