Existen tiempos de paz y prosperidad, pero también otras épocas repletas de convulsión, matanza y sangre. No depende de nosotros decidir en cuál de ellas vivir. Los Reinos, de tanto en cuando, entran en guerra, y la mayoría de recursos son desviados para su defensa y ataque. De esta guisa, es normal que no toda la población esté descontenta, y los conflictos siempre traen consigo miserias.
Así pues, érase un Reino en guerra, cuyos soldados siquiera cobraban un salario digno para sobrevivir. Bajo tales condiciones, era cuestión de tiempo que se produjesen deserciones en el ejército. Y así lo hicieron nuestros soldados protagonistas, tres para ser más exactos, que abandonaron a sus compañeros y se refugiaron en unos campos de maíz.
Allí se escondieron, y malvivieron, alimentándose sólo de maíz, haciendo tiempo hasta que el ejército al que pertenecían marchase lejos… pero esto jamás ocurrió, y los tres soldados pronto hallaron la desesperación por encontrarse en tan oscuro dilema: entregarse y ser ejecutados por deserción, o fallecer de hambre en el maizal.
A punto de perder los nervios, la suerte los encontró nuevamente, y un dragón sobrevoló la plantación de maíz, ofreciéndoles la salvación. Es obvio que el precio no era gratuito, y el dragón les pidió a cambió sus servicios por siete años. También está claro que los soldados aceptaron sin pensarlo, puesto que no veían otra vía de escape a su desesperanza.
El problema surge si os descubrimos que el dragón realmente era el diablo en sí mismo. Éste les hizo entrega a los soldados de un látigo, para con él enriquecerse, sacudiéndolo y dañando.
Y vaya si lo hicieron, pues sus latigazos en oro se tornaron, y viajaron por el mundo, y se diseñaron vestidos a su medida. Así es como se olvidaron de la condición que aquel monstruo les había impuesto: tras los siete años, si no habían adivinado un acertijo, seguirían siendo su posesión; en caso de resolverlo, serían liberados látigo en mano.
Cuando uno es feliz, el tiempo rápido pasa, y se le escapa de las manos. Así le ocurrió a nuestros tres soldados, pues en un abrir y cerrar de ojos los siete años se habían consumido. Y dos de ellos se habían consumido con ellos, pues sólo de imaginarse su destino se tornaba lúgubre y taciturno su espíritu.
En una ocasión, los tres se toparon con una extraña anciana, quien les propinó un misterioso consejo: “atravesando el bosque, os encontraréis con una curiosa roca caída, que no es más que un hogar camuflado. Entrad sin miedo, y allí encontraréis auxilio”. Los soldados melancólicos, pesimistas, desconfiaron y renegaron de acudir, pues no creían en que su salvación pasase por esa visita. El tercero, con más voluntad y decisión, y sin miedo en sus entrañas, se aventuró en el bosque.
¿Y quién creéis que habitaba la casita de la piedra? Nada más, ni nada menos tampoco, que la abuela del diablo. La anciana agradeció su actitud servicial y amable, y lo refugió en su sótano, también oculto bajo una piedra ¡cómo no! Antes de ello, le contó la verdad, y le prometió que el diablo acudiría a visitarla, y ella lo interrogaría sobre la adivinanza. Sería entonces cuando el soldado, invisible a sus ojos en el sótano, debía escuchar con atención y aprenderse las respuestas.
Así, tal y como se había predicho, transcurrió la cita entre el diablo, en forma de dragón, y su querida abuela. Y, más adelante, consumados por completo los siete años de servicio, el maligno ser fue en busca de los tres soldados. El que avisa no es traidor, eso todos lo sabemos, y el diablo no iba a ser una excepción.
Encontrándose todos juntos, el poderoso dragón les advirtió que los capturaría, los llevaría al infierno y, una vez allí, les haría servir un banquete y también serían partícipes del mismo.
Recordando el pacto, les mostró las firmas que siete años atrás habían dispuesto. Tras ello, enunció el acertijo, empezando por el primer soldado: -¿Qué tipo de carne asada se servirá en el banquete? El primer soldado, titubeante, espetó: -En el Mar del Norte yace un pez perro muerto, cuya carne asada es, estoy en lo cierto.
El dragón hubo de admitir el acierto: -¡Hmmm! Interesante. Prosigamos – y se dirigió al segundo de los soldados -, ¿y qué cubierto se empleará? El soldado, seguro pero inquieto, respondió: -Con una costilla de ballena, tomaremos esa cena.
No cabía en sí de incredulidad el diablo dragón, y pensaba que todavía tenía las de ganar, e interrogó al último soldado: -¡Wooo! ¡Me sorprendéis! Pero estoy seguro que no sabéis, ¿qué se empleará cómo cáliz del vino que se degustará? Este soldado no tenía ninguna duda, y con decisión sentenció: -La pezuña de un caballo viejo, usaremos como copa de vino en el festejo.
Como podéis imaginar, los tres soldados, gracias a la intromisión del más valiente en la casa de la abuela del dragón, se sabían las respuestas de antemano. Las cuales, para saciar la curiosidad del lector, antes se han descrito.
Boquiabierto, el diablo, perdón, el dragón, hubo de asumir su derrota. No comprendía cómo aquellos seres terrenales lo habían derrotado… Y así lo manifestó, con gritos y llantos. Así y todo, fiel a su palabra, dejó partir a los tres soldados, los cuales mantuvieron su látigo de la riqueza. Y, después de más de siete años de vaivenes, los pobres militares pudieron vivir en normalidad, en paz y en libertad. Como cualquiera debiera vivir en un mundo que se precie justo.