Esta es la historia de un león, pero no uno cualquiera, de esos que imponen fiereza y dominio en las praderas africanas, sino más uno muy curioso que se creía cordero. Sí, así mismo. Este león se creía un apacible corderito de esos que andan en grupo tranquilamente pastando.
Todo comenzó un día como otro cualquiera en que la única novedad era que la cigüeña traería los pequeños corderitos que habían encargado las madres corderas.
El pedido había sido grande y la cigüeña volaba con un poco de dificultad producto del peso. No obstante, habituada como estaba a cumplir en tiempo con los pedidos, descargó todos los pequeños bultos donde estaban los corderitos en un llano abierto, donde solían esperar las madres.
Fue cuestión de tan solo unos minutos para que cada mamá cordero escogiera a su hijo y el cúmulo de bultos desapareciera, pero no del todo. Resulta que había quedado un solitario paquete, que había sido rechazado por todas.
La cigüeña se extrañó por el suceso y fue a comprobar que podía haber pasado. Contempló el bulto y vio que en vez de un cordero en este dormitaba un pequeñito león.
-Vaya torpeza la mía –se dijo la cigüeña, que aún no comprendía del todo el motivo de su equivocación.
Rápidamente escudriñó en su lista de encargos y vio que una leona le había pedido un leoncito para el día siguiente, así que la confusión no era tan grave, pues solo tendría que tomar el bulto y emprender vuelo por muchos kilómetros hasta encontrar la pradera de su fiera cliente.
No obstante, en los pocos segundos que le tomó chequear la lista y voltearse para recoger al leoncito, la cigüeña vio como el bulto ya no estaba sólo. Una cordera contemplaba con puro instinto maternal al león, como si hubiese sido encargado por ella.
De nada sirvió que la traedora de hijos explicara el motivo de la confusión. La cordera se había encariñado a primera vista con el león y no estaba dispuesta a dejar de adoptarlo bajo ninguna causa.
Sin poder hacer nada, aunque un poco molesta, la cigüeña se rindió y determinó buscar otro león para satisfacer el pedido pendiente, de forma que dejó que aquella cordera adoptase a la pequeña fiera, aunque de seguro debió haber pensado que estaba un poco mal de la cabeza porque a quién rayos, sin ser león, se le ocurriría tomar uno por hijo.
Así fue pasando el tiempo y el león crecía muy complacido de la madre que le había dado la naturaleza. Las diferencias físicas entre él y su madre, así como entre él y el resto de los corderitos que crecían, eran abismales, pero él no podía distinguirlas.
No importaba cuánta burla le hicieran sus amigos de crianza por su melena, largos colmillos, e incapacidad para balar y embestir, el león creía que era un cordero especial, raro, pero especial como le decía su orgullosa madre.
Pero el ser especial no le impedía sentirse mal y triste por momentos. Sus evidentes diferencias hacían que tuviese las de perder siempre en los juegos grupales, cuando era embestido por todos y no podía devolver la jugada como mandan los cánones de los corderos. Asimismo, a la hora de expresarse pasaba un fiasco tras otro, pues no estaba hecho para balar y cada vez que lo intentaba emitía sonidos un poco atemorizantes que provocaban el rechazo de todos los compañeros de manada.
Sucede que un día un lobo, el depredador más temido por los corderos del área, irrumpió en la llanura de la manada del león de nuestra historia.
Este, sintiéndose cordero al fin, salió a la desbandada huyendo del intruso como el resto de los corderos y sus madres y se agazapó en un hueco que halló entre una roca y el suelo.
Sin embargo, vio que el lobo la emprendía contra su madre, esa que siempre le había dado amor y cariño y que con cada segundo que pasaba estaba más próximo a perderla para siempre.
El león no supo cómo, pero de su interior surgieron fuerzas que lo empujaron a arremeter contra el lobo, quien al ver la velocidad y potencia de los rugidos del animal que se le venía encima salió desprendido.
Con su fiera mandíbula enseñando grandes y fuertes colmillos nuestro león persiguió al lobo durante kilómetros, los suficientes como para que este se asustara de tal manera que nunca más volviese a poner un pie en la llanura. No quiso matarlo, pues como cordero no sabía que estaba hecho realmente para alimentarse de la carne de otros animales.
Ciertamente el lobo nunca volvió, y desde ese día el león que se sentía cordero y salvó a su madre y el resto del grupo de la amenaza del temible lobo pasó a ser el protector y gran líder del grupo.
De burlado pasó a ser el más querido y admirado, demostrando que el físico no define la esencia de lo que somos, sino nuestro sentir y más profundos deseos.