El payasito Elarhú, una tarde mientras se daba el espectaculo del circo recordó a Florecilla Silvestre, aquella flor que por su blancura, una mañana de abril le había deslumbrado.
Era sabado cuando Elarhú al sentirse solo, triste y aburrido, empezó a andar sin rumbo alguno. De pronto se encontró en el campo y ¿oh sorpresa!, en medio de tanta hierba vió que asomaban los pétalos muy blancos de una flor.
¡Qúe linda es! se dijo, hay tantas hierbas a su alrededor que no le dejan lucir su belleza y hasta está desvanecida. Y ¡claro! como no va a estar así, si estas hierbas la están asfixiando.
Elarhú de inmediato empezó a quitar las hierbas más próximas de aquella flor en su deseo de reanimala. Pero eso no bastaba, Florecilla necesitaba
algo más. Ya sé, se dijo Elarhú, le daré mi aliento y empezó a soplarle despacito y con mucha suavidad, pero Florecilla seguía desvanecida.
¡Necesita agua! pensó Elarhú tenía con é una cantimplora, no lo dudó un instante y la regó. Pero, ¿que pasó?, el agua no llego a Florecilla.
¡Que torpe soy! se dijo Elarhú.
Debí quitar más hierbas, tener más paciencia y realmente regarla. No debí vaciar el agua de un sopetón, ¡ Qué pena! ya no me queda ni una gota.
Muy preocupado al ver que florecilla no se reanimaba, pensó ¿qué podría hacer? En eso, el payasito Elarhú, recordó como hacía reir a las personas que asistían al circo y le ofreció a Florecilla todo un espectáculo. Florecilla Silvestre ( como la bautizó Elarhú) pore ese gesto que tuvo el payasito le obsequió una linda sonrisa y una mirada muy tierna.
¡Necesitas que te cuiden! dijo Elarhú a Florecilla Silvestre. Luego agregó: -No te prometo nada, tengo tanto trabajo en el circo, pero tu necesitas que te cuiden.
Vendré a verte a mitad de semana y traeré abundante agua para regarte.
Así lo hizo Elarhú, el día miércoles estaba ya de regreso.
-¡ Florecilla Silvestre!, ¡ Florecilla Silvestre! gritaba el payasito conforme se iba acercando a ella.
Florecilla al verlo se alegró mucho. El payasito Elarhú para expresarle su cariño, frotó su naricita en los pétalos de Florecilla Silvestre y esta vez la regó con mucho cuidado.
¡Qué tiempo haría que a Florecilla Silvestre nadie la regaba! que de inmediato absorbió todo el agua y se puso muy pero muy bonita.
-¡ Que bella estás Florecilla Silvestre! le dijo el payasito Elarhú, tus pétalos están sonrosados y brilantes.
-¡Mírate! dijo Elarhú a Florecilla Silvestre al verse tan linda exclamó:
-Gracias por ponerme bonita Elarhú.
-Tu eres muy bella, Florecilla le dijo el payasito. Lo único que necesitas es que cuiden y yo te cuidaré.
Así lo hizo el payasito Elarhú, cada mitad de semana iba a verla a Florecilla Silvestre, frotaba su naricita en sus pétalos, la regaba con sumo cuidado y no permitía que crezcan hierbas a su alrededor. Florecilla le agradecía envolviéndolo con su fragancioso aroma, lo cual halagaba mucho a Elarhú.
Y así fueron pasando una y otra semana; uno y otro mes. Florecilla Silvestre ya se había acostumbrado a los cuidados del payasito Elarhú y a la forma tan peculiar con él le expresaba su cariño, que al llegar a media semana ya se ponía impaciente a experarlo.
Pero un miércoles, que debería Elarhú irla a vez, no apareció. Florecilla se puso muy triste.
¿Le habrá pasado algo? pensó y aguardó toda la semana con angustia y melancolía. Ya finalizando la semana y al vez que Elarhú no aparecía, su pena fue tan, pero tan profunda, que de sus bellos ojos escaparon dos gruesas gotas de lágrimas.
-¡Florecilla Silvestre!, ¡Florecilla Silvestre!
Era la voz inconfundible del payasito Elarhú.
Florecilla se alegró tanto que hasta dio un brinco su corazón. Efectivamente era el payasito Elarhú, pero estaba tan diferente, como si quisiera esconder algo que le preocupase. Tenía el maquillaje más acentudado y la naricita muy , pero muy colorada.
Florecilla quiso preguntar a Elarhú por qué estaba tan cambiado y sobre todo por qué tenía la naricita tan colorada.
¿Habrá frotado otros pétalos? pensó Florecilla; pero frefirío quedarse callada y esperó a ver que decía Elarhú.
El payasito empezo a contarle a Florecilla con muchas incoherencias que acabaron por desconcertarla. Elarhú hablaba de una y otra cosa, que se suponía Florecilla debía estar bien informada, sin embargo Elarhú jamás le había contado de todo aquello, y al naturalidad con que lo hacía aumentó más su desconcierto.
Elarhú no frotó su naricita como otras veces y ni se preocupó por echarle agua a Florecilla, por lo que esta le preguntó:
– Elarhú ¿trajiste agua?
– Si, por supuesto, contestó Elarhú, Ahora te riego.
Pero Elarhú solo estaba físicamente allí, sus pensamientos estaban en otro lado. Cogió su cantimplora y vació de golpe el agua. Y como estaba tan, pero tan distraido, el agua fue a dar a un costado. Parecía la primera vez, cuando a Florecilla no le cayó ni una gota de agua. Elarhú ni reparó en ello y se despidió de Florecilla
Florecilla sintió en esa despedida, un adiós para siempre.
Y realmente no se equivocó, Elarhú nunca más apareció por esos campos.
Florecilla Silvestre quedó muy apenada, no entendía ni cómo ni por qué Elarhú se había marchado. Su tristeza era tanta que su pétalos empezaron a marchitarse y las hierbas cada vez se multiplicaban más a su alrededor. Así fue pasando el tiempo y Florecilla parecía que de melancolía se iba a morir.
Un mañana que parecía era el fin de Florecilla pues se había desvanecido por completo, vio a su lado que había una pequeña flor.
Un botoncito muy tierno asomaba a la tierra muy cerca de ella. Esto la reanimó de inmediato y volvío su corazón a alegrase y sus pétalos a relucir su belleza. Florecilla Silvestre no estaba sola, tenía un retoñito a quien cuidar y por ese botoncito ella vive alegre como ninguna Florecilla del campo lo fue jamás.