Hubo un tiempo en que el lenguaje animal era hablado por doquier en el bosque. La jirafa, debido a su largo cuello, era la reina de todos los animales.
Era mucho más alta que todos los demás, caminaba con la cabeza muy erguida y sostenía largas charlas consigo misma.
Eso enojaba mucho a los otros animales, pues perturbaba su paz y tranquilidad a la hora de la siesta.
Un día se reunieron para hallar el medio de hacerla callar.
El leopardo incluso llegó a decir:
—No eres tan maravillosa como crees, reina jirafa.
Hay muchas cosas que tú no puedes hacer y nosotros sí podemos.
—¡A ver, dime una! —contestó la jirafa.
—Pues correr tan velozmente como yo —dijo el leopardo.
—¡Pronto lo veremos, gato impertinente! ¡Haremos una carrera para comprobarlo!
Los otros animales, convencidos de que ganaría el leopardo, les acompañaron en calidad de espectadores. El leopardo y la jirafa comenzaron igualados, pero la jirafa no tardó en sacarle a su contrincante un cuello de ventaja.
Luego el leopardo fue ganando terreno, y adelantó a la jirafa, pero de pronto, el leopardo chocó con un árbol, se hirió en la cabeza y cayó al suelo.
Después de haber ganado la carrera, la jirafa se volvió todavía más vanidosa. Se paseaba con aires de suficiencia y se jactaba sin cesar de lo muy superior que era al resto de los animales.
Unos días más tarde, los animales volvieron a reunirse para tomar una decisión con respecto a la jirafa. Entonces el mono podió la palabra y explicó al resto de los animales que había concebido un plan, todos estuvieron de acuerdo y ayudaron al mono:
Recogió goma del árbol del caucho y se subió con ella a los árboles, extendiéndola sobre todas las hojas. Al poco rato apareció jirafa y se puso a comerse las hojas de los árboles.
Pero a cada bocado que daba, las pegajosas hojas se le enganchaban en la larga garganta. Y por más que tragaba, las hojas no se despegaban. La jirafa sacudió su cuello naranja y negro y se bebió todo el agua del lago. Más no había forma de desprenderse de las pegajosas hojas. Y al abrir la boca para afirmar lo maravillosa que era, descubrió que no podía articular palabra. ¡Estaba muda!
Todos los animales dieron las gracias al mono por haber conseguido silenciar a la presuntuosa jirafa. Y a partir de ese día durmieron todas las tardes, mientras la jirafa corría por el bosque a medio galope pronunciando palabras silenciosas entre las copas más altas de los árboles.
Después de varios días en silencio, la jirafa reconoció que habia sido demasiado vanidosa y presumida, y pidió perdón a todos lo animales, entonces entre todos el ayudaron a quitarse las hojas pegadas de su garganta, y a partir de ese momento la jirafa respetó a todos los animales de la selva y ellos la respetaron a ella.