Lily salió de la granja detrás de una gran liebre de ojos brillantes, que se le había aparecido mientras estaba cogiendo flores en el jardín.
-No te alejes demasiado de la casa -le gritó su madre por la ventana de la cocina- Es muy fácil perderse en el bosque.
La liebre de vez en cuando se detenía, miraba hacia Lily, desaparecía, volvía a aparecer… y Lily se prestaba, divertida, al juego del escondite.
De repente, con un gran salto, la liebre desapareció definitivamente. Lily miró a su alrededor. Los árboles y los matorrales parecían todos iguales. Comenzó a correr, esperando encontrar su casa, pero era inútil. Se había perdido en el bosque y empezaba a oscurecer. Se cubrió la cara con las manos y se puso a llorar.
Cuando levantó la vista, vio un gran canguro gris a pocos pasos de ella. El canguro la miró inclinando la cabeza; luego se fue y regresó con un montón de fresas, para ofrecérselas a la niña.
Lily se secó los ojos con el vestido, aceptó las frutas y se las comió. Entonces sucedió algo muy raro; comenzó a oír ruidos por todas partes, como cientos de voces que hablaran al mismo tiempo. Luego oyó otra voz, más fuerte y clara que las demás.
-Me di cuenta en seguida de lo que te pasaba -dijo el canguro, con voz amable-. Estoy muy triste desde que perdí a mi pequeño canguro. Seguro que tú también has perdido algo.
-Bueno, he… sí-contestó Lily, preguntándose si estaba soñando-. En realidad, sí. Me he perdido yo.
—¡Ah! -dijo el canguro-. Estaba seguro de que habías perdido algo. Es horrible, ¿verdad? Te sientes como vacío por dentro. Dime cómo es Yo. Quizá lo haya visto, o podemos buscarlo juntos.
Lily se rió e intentó explicarle que lo que había perdido era su casa.
-Eso es típico de los humanos -dijo el canguro-. Si sólo tienes una casa, es fácil que la pierdas. Pero si tu casa estuviera en todas partes, nunca la perderías. Los humanos no saben vivir en el bosque.
Lily no le prestaba mucha atención. Pensaba en que tenía hambre y sed, y que estaba perdida.
-Sin embargo -continuó el canguro-eres sólo una humana y muy pequeña. No tienes la culpa. Debes de tener mucha sed; a mí siempre me da mucha sed al atardecer. Sube a mi bolsa; iremos al estanque a beber. Luego intentaré encontrar tu casa.
Así pues, Lily se puso en pie y trepó a la peluda bolsa del canguro. Mientras iban saltando, Lily se mecía en la bolsa y estaba tan cómoda que comenzó a canturrear.
—¡Ah! Es una canción muy bonita -dijo el canguro-. Pero ahora, por favor, deja de cantar. Estamos llegando al estanque.
Lily miró por encima de la bolsa y se asustó muchísimo. Bajaban a saltos por una ladera muy empinada. A uno y otro lado había grandes rocas y no se veía ningún sitio seguro para posar las patas. Lily cerró los ojos. ¡Seguro que el canguro perdería el equilibrio y caerían al precipicio!
Pero el canguro logró llegar hasta el fondo y se detuvo en un gran promontorio justo encima del estanque.
La superficie de la piedra brillaba como un espejo, reflejando el atardecer. Los canguros habían pulido la piedra con sus patas y colas suaves durante miles de años, al ir a beber al estanque.
Estaba a punto de saltar de la roca cuando una paloma le advirtió:
-¡Can-gu-gu-ro! ¡Cuidado! Anoche estuvieron aquí los humanos y mataron a diez de las nuestras. Bajamos a beber sólo un trago. Estaban esperándonos. Ahora tenemos demasiado miedo; no nos atrevemos a beber… ¡Y nos estamos muriendo de sed!
Lily volvió a esconderse en la bolsa, temblando de miedo por las horribles palabras de la paloma. Pero el canguro, valiente, dio un paso adelante y levantó su hocico olfateando el aire.
-No oigo ni huelo nada. No debe haber peligro. Pequeña humana, sal y espérame mientras inspecciono.
Lily salió de la bolsa y el valiente canguro saltó hasta el borde del agua.
Lily casi no se atrevía a mirar. ¿Estarían esperándole los cazadores, con sus lanzas puntiagudas? ¿Eran ellos los que movían los largos juncos de la orilla, o se trataba sólo de los peces? El canguro inclinó la cabeza y bebió. Esa noche el estanque estaba desierto.
Pronto revolotearon junto a ellos cientos de pajarillos en dirección al agua. Tras hundir el pico, regresaban de prisa a los matorrales.
Lily continuaba con el miedo encima. Corrió hasta el agua, bebió tres sorbos y regresó veloz a la roca en donde le esperaba el canguro.
-Súbete a mi bolsa. Nunca se está demasiado seguro cerca del estanque. Los humanos conocen todos nuestros abrevaderos.
Bajo un cielo brillante de estrellas, el canguro saltaba con Lily arrebujada en la piel cálida y suave de su bolsa. Al fin llegaron a una cueva; se echaron juntos en el suelo arenoso y se durmieron en seguida.
Al despertar a la mañana siguiente, Lily tuvo la sensación de que corría peligro. De pronto, vio que sobre su estómago había una gran serpiente negra, enroscada. ¡Y el canguro había desaparecido!
El corazón le latía de prisa. No se atrevía a moverse. Entonces oyó una risa estridente.
-No tengas miedo. No te muevas y no te pasará nada. Yo mataré a la serpiente.
Lily volvió un poco la cabeza y miró hacia la entrada de la cueva. Había un gran pájaro posado en la rama de un árbol. Era el pájaro charlatán, tenía el pico abierto, como si sonriera. No paraba de mascullar.
-¡Ja, ja! ¡Qué divertido! ¡Ja, ja! ¡Qué divertido! ¡Ja, ja!
“Yo no le veo la gracia”, pensó Lily.
-El canguro ha salido a buscar fruta para el desayuno -dijo el pájaro-. Me pidió que te cuidara. Pero esa astuta serpiente se coló cuando fui a consultar al buho blanco por esta indigestión tan terrible que tengo. Pero qué divertido, ¿eh? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué divertido! ¡Ja, ja!
En ese preciso instante, la serpiente tembló y comenzó a desplegarse. Lily se puso nerviosísima al sentir que se deslizaba por sus piernas desnudas, pero no movió ni un músculo. Despacio, poco a poco, la serpiente bajó al suelo y salió arrastrándose por la entrada de la cueva.
En cuanto estuvo fuera, el pájaro se abalanzó sobre ella y, atrapándola por el cuello con su poderoso pico, la levantó del suelo. Aunque se retorcía y silbaba de furia, la serpiente no podía escapar. El pájaro la arrastró hasta la copa del árbol, donde la golpeó tres veces contra el tronco. La serpiente cayó muerta sobre una rama.
-¡Ja, ja, ja! ¿Has visto eso? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué divertido! ¡Ja, ja, ja!
Lily se estremeció. El pájaro aún estaba riendo y contando a sus amigos lo sucedido cuando volvió el canguro. Este riñó al pájaro por haber dejado que la serpiente entrase en la cueva, y alejó a Lily del espectáculo de la horrible serpiente muerta. Luego vació su bolsa y sirvió a la niña un desayuno de tallos tiernos y frutos. ¡Estaba buenísimo!
-Muchas gracias, eres muy amable, pero ahora quiero volver a casa.
-Bueno, le he preguntado a todo el mundo -dijo el canguro, inclinando la cabeza- y todos están de acuerdo en que sólo hay una persona que puede saber dónde está tu casa.
-¡Oh! ¿Quién es?
-Todos dicen que deberíamos preguntarle al ornitorrinco.
Así pues, Lily y el canguro partieron en busca del sabio ornitorrinco.