Fabián vivía al lado de una charca de un ancho y profundo río en Sudáfrica. Habitaba en un poblado con sus padres y su muía, que se llamaba Golo. Golo era una muía completamente blanca, a excepción del morro, que era rosa. Su color contrastaba con la piel negra de sus dueños.
Todas las mañanas, después del desayuno, Fabián, su padre y Golo iban a trabajar al bosque. Por el camino Fabián tocaba la flauta, que él mismo había hecho con una caña. Le gustaba tocar la canción favorita de los leñadores, que decía así:
El árbol es muy alto, deber nuestro es talarlo.
Ojalá que bese la coronilla del jefe.
A los leñadores les gustaba esa canción porque su melodía era muy alegre, y hasta el jefe se sonreía al oírla.
El padre de Fabián era leñador, y cada día él y otros leñadores tenían que cortar los árboles altos que había señalado el jefe. Luego enganchaban los enormes troncos a los arreos de Golo y Fabián conducía a la muía hasta la carretera, donde aguardaban los camiones para transportar los troncos a un aserradero de Río Rosa.
A Fabián le divertía mucho arrastrar los troncos cuesta abajo hasta donde estaban los camiones esperando. Pero cuando el camino se hacía cuesta arriba, él y Golo tenían que realizar grandes esfuerzos para tirar de los pesados troncos.
Mientras los hombres le quitaban los arreos a Golo y cargaban los troncos en los camiones canturreaban, y Fabián, una vez recuperado el resuello, les acompañaba tocando la flauta:
El jefe está que trina y hay que darse prisa.
No os hagáis los locos y cargad pronto los troncos.
El jefe está que trina y hay que darse prisa.
Luego, el jefe se montaba en el asiento del conductor y el camión partía a toda velocidad hacia Río Rosa.
Por fin llegó el gran día.
Los padres de Fabián decidieron ir a Río Rosa y dijeron a su hijo que podía acompañarles. Entonces Fabián recordó que Golo tampoco había estado nunca en Río Rosa, y pidió permiso a su padre para llevar a su muía.
Su padre accedió y se pusieron en marcha. Los padres iban delante, seguidos por Fabián y Golo.
Al llegar a Río Rosa, Fabián se quedó pasmado, y hasta un poco asustado, al ver tanta gente, tiendas, coches y bicicletas. Golo también se llevó una sorpresa.
Su padre envió a Fabián a darse una vuelta por la ciudad mientras él y su madre iban de visita. Fabián conducía a Golo por la bulliciosa calle y no paraba de mirar a su alrededor, sobre todo los escaparates de las tiendas. En la vitrina de una tienda vio una flamante y reluciente flauta. Sus ojos se le iban una y otra vez hacia ella. Al fin sacó el dinero que había ahorrado para la excursión y entró muy decidido en la tienda para comprar la flauta.
Se pasaban el día entero talando árboles, arrastrando los troncos y cardándolos en los camiones. Cuando el ultimo camión había salido para el aserradero, Fabián y Golo se iban al río para lavarse. Mientras nadaba en las límpidas aguas, Fabián pensaba con ilusión en el día en que sería lo bastante mayor para ir a Río Rosa.
El tendero se quedó asombrado de ver a Fabián entrar en su comercio, y antes de que pudiera pedirle la flauta, lo tomó por el brazo y le indicó el rótulo que había sobre la puerta.
—¿Es que no has leído lo que pone? —preguntó el tendero—. Pues pone: NEGROS ¡NO! Aquí sólo atendemos a los blancos. —Y volvió a meterse en la tienda; dejando a Fabián en la calle.
Fabian deseaba aquella flauta más que ninguna otra cosa en el mundo, y se puso a pensar en la forma de conseguirla. Entonces dijo a Golo:
—Tú eres blanca; bueno, salvo tu nariz, que es rosa, pero no creo que vaya a fijarse en eso.
Irás tú a la tienda a comprarme la flauta.
Pero Golo no había entrado nunca en una tienda, y derribó un frasco de caramelos con el rabo, sus orejas se engancharon en un abrigo y sus cascos atronaron sobre el suelo de madera.
Las mujeres que había en la tienda se pusieron a chillar y Golo empezó a sentirse asustada. Pero se acordó de depositar el dinero frente al tendero.
Entonces entraron unos hombres a por Golo y trataron de sacarla fuera. Como gritaban mucho, Golo pensó que lo mejor era salir de allí rápidamente.
Conque dio un par de coces y se lanzó a través del cristal del escaparate.
Fabián se quedó de una pieza cuando vio a Golo salir disparada por el escaparate. La flauta salió despedida por los aires y el mismo Fabián la cazó al vuelo. En medio del desbarajuste comprendió que lo mejor era largarse de allí lo más pronto posible, llevándose la flauta consigo.
Montó sobre Golo de un salto y le gritó: “¡A casa!” Pero no hacía falta que le diera la orden, pues el animal ya se había lanzado a galope tendido.
El tendero corrió tras ellos hasta quedarse sin aliento, y cuando Fabián vio que había dejado de perseguirlos, mandó a Golo que aminorara el paso. Entonces sacó la flauta e improvisó algunas notas.
Al poco rato iba tocando alegremente, y Golo se puso a trotar al compás de la canción de los leñadores:
El jefe está que trina y hay que darse prisa.
No os hagáis los locos y cargad pronto los troncos.
El jefe está que trina y hay que darse prisa.
El tendero regresó a la tienda, que Golo había dejado toda revuelta, y empezó a poner orden.
Volvió a colocarlo todo en su lugar, barrió los trozos de vidrio y cuando acabó, la tienda presentaba casi el mismo aspecto que antes, salvo un detalle: el rótulo que había en la puerta.
Lo había cambiado por otro que decía: “MULAS ¡NO!”