A veces nos toca vivir tiempos felices, pero a veces nos vemos obligados a tener que sobrevivir a épocas más convulsas. El protagonista de nuestra historia hubo de presenciar esto último, y además en sus propias carnes. Eran periodos de guerra, de conflicto, de sangre y de odio. Y él era un soldado, testigo de las luchas más encarnizadas.
Acabada la contienda, los campos de batalla se habían cobrado muchas víctimas, pero también habían sufrido las consecuencias los más inocentes, civiles de toda condición. Buen ejemplo de ello eran los padres de nuestro soldado, fallecidos y desaparecidos. Si ellos no estaban, ¿a dónde iba a regresar el soldado como hogar ahora? Sus hermanos, desbordados, no podían tampoco hacerse cargo.
Desesperado, empezó a buscar solución por su vida, y así fue como el soldado se topó con un extraño hombre, revestido de verde y con una pezuña hendida… Este siniestro ser, que para algunos podría ser el demonio tal y como se concebía, le ofreció riqueza, toda la que soñase, a cambio de algo. Algo que supondría un tremendo esfuerzo al soldado: durante siete años no debía cortar su cabello, ni sus uñas, ni asearse, ni rezar, y portar un abrigo y una capa que le prestaría. En el caso de que el soldado fuese capaz de sobrevivir a tremendo reto, sería rico y libre por siempre. Si moría en el intento, el castigo sería peor, pues el mismo diablo le poseería.
La desesperación del soldado era tal que no podía renunciar a tamaña oferta, o regalo envenenado según lo quieran ustedes ver, pues ¿qué podemos esperar de algo que procede del mismísimo Mal? Así pues, inició el desafío de revestirse con la capa verde. En sus bolsillos, según indicaciones del que retaba, hallaría todo el dinero que precisase y una piel de oso, con la cual debía dormir cada noche. De esta guisa fue como el soldado sería conocido por Piel de Piel de Oso se preparó a conciencia y partió. Y desde el primer día dio mucho dinero a los pobres y necesitados, y él a cambio rogó que rezasen por él y por el bien de su hazaña. Todo transcurrió con normalidad durante un tiempo, años, hasta que la porquería lo poseyó por completo. El soldado ya no era Piel de Oso, sino un aglomerado de suciedad y malos olores. Así fue como nadie quería ya darle refugio ni acercarse a él, y Piel de Oso se veía obligado a desembolsar mucho oro a cambio.
A mitad de desafío, posiblemente en el cuarto año, el soldado se topó con un anciano que se estaba quejando de forma muy lastimera. Entre llantos y sollozos, le confesó que había perdido todos sus bienes y monedas, y que para colmo estaba endeudado. La deuda llegaba hasta tal punto que ya no se veía capaz de mantener a sus hijas y de pagar lo que correspondía al posadero. Irremediablemente, y así él lo pensaba, iría a prisión para pagar por ello.
Conmovido y comprometido, Piel de Oso saldó la deuda del anciano con el posadero, y además hizo entrega al viejo de una bolsa repleta de monedas de oro.
El viejo, como muestra de gratitud, le ofreció la mano de una de sus hijas, sin consultar cómo reaccionarían éstas al ver a Piel de Oso… La primogénita huyó despavorida, aterrada, de lo que vio. La mediana lo insultó, aclarando que era peor que el hecho de que un oso hubiese intentado pasarse por humano, y no al revés. La pequeña, contraria a sus hermanas mayores, accedió a la petición para hacer feliz a su padre. Piel de Oso le regaló medio anillo, e hizo la promesa de retornar en tres años, y partió. Las hermanas de la prometida la ridiculizaron desde entonces.
Pasaron los siete años del desafío de Piel de Oso y, sin esperar un momento más, acudió al diablo en persona para demostrar que había cumplido su promesa. En primera instancia, y haciendo honor a su palabra, el diablo rapó su cabellera, cortó sus uñas y le dio un baño a conciencia, para eliminar toda la suciedad que Piel de Oso había acumulado. Reconfortado y como nuevo, Piel de Oso demandó al demonio que recitase la palabra del Señor, algo que ofendió tremendamente al Mal. Éste le espetó que cómo se atrevía a jugar con su suerte tras haber ganado tremenda riqueza superando el reto, y desapareció. Limpio y afortunado, Piel de Oso se trajeó como un caballero y, lo primero que hizo, fue acudir al hogar del anciano, donde su prometida le esperaba años. Esta vez las tornas cambiaron, y nadie lo reconoció allí. La hermana mayor le sirvió y la novia, toda vestida de negro, no reaccionó ante él, como si nunca antes se hubiesen encontrado. Piel de Oso comentó al hombre mayor que se casaría con una de sus hijas, y, al contrario que hacía tres años, la mayor y la mediana corrieron a sus alcobas para engalanarse y acicalarse. Entretanto, el prometido, todo un galán, deslizó la otra mitad del anillo en una copa de vino, y se la dio a su prometida. Al beber de la copa y encontrar el anillo, supo que aquel apuesto hombre era su prometido.
Emocionada, desbordada, fuera de sí, la hija menor del anciano aceptó. Ambos se casaron y fueron mutuamente felices. Pero todos sabemos que la dicha de unos es la desdicha de otros, y en este caso la desesperación y la tristeza invadieron a las dos hermanas mayores. Tanto fue así que ambas acabaron con su vida, colgadas o ahogadas, por no poder soportar el haber rechazado a aquel preciado esposo. La vida siguió y un día, mientras hacían vida de marido y mujer, el diablo hizo una visita a Piel de Oso, y le dijo que se había cobrado dos almas al precio de una, las almas de las hermanas de su mujer. No todo podía ser de color de rosas, como en aquellos cuentos para niños, pues el Mal, aunque alejado, perdura en la tierra de los hombres.