El dia de su sexto cumpleaños, Piluca recibió como regalo un flamante y reluciente kart. —Me muero de ganas de darme una vuelta con el —dijo.
Así que, después del desayuno, se monto en el kart y partió a toda velocidad por la carretera. De pronto sucedio algo extrañisimo… El kart dejo la carretera y siguio por un sendero.
—¡Para! iPara! — gritaba Piluca mientras se metian en un campo.
Se detuvieron ante un inmenso pajar.
—iAsí aprenderas a no conducir tan deprisa! —exclamo el kart. —iUy kart que sabe hablar! —dijo Piluca pasmada.
— No soy un kart corriente, y este campo es mágico.
El kart hizo sonar su bocina y se abrio una puerta en el pajar. Piluca y el kart entraron por la puerta y se introdujeron en el.
Piluca echó un vistazo a su alrededor. Todos los árboles eran rosas y azules, y de sus ramas pendían unos frutos de brillante colorido.
—Quiero coger una fruta —dijo Piluca.
— De acuerdo —dijo el kart—. Pero apresúrate.
Entonces Piluca vio un cartel que ponía: “Al Pueblo de los Fuegos Artificiales”, y dijo:
—Vamos allí.
Y para allá se fueron.
Cuando se acercaban al Pueblo de los Fuegos Artificiales, el cielo empezó a oscurecer y de pronto sonó ¡Pum! ¡Bang!, y un enorme cohete estalló, y dejó una estela de estrellas plateadas.
Por todas partes veía Piluca banderas, banderines y linternas mágicas. Cientos de juguetes bordeaban la calles agitando unas bengalas.
En esto Piluca vio una muñeca de porcelana sentada en un flamante coche amarillo y a un payaso poniendo en marcha su propio coche. —¡Mira, kart, va a haber una carrera!
Piluca y el kart se colocaron junto a una ardilla con un gracioso sombrero que limpiaba sus gafas de conducir con un pañuelo. Un soldado de juguete agitó una bandera y salieron disparados.
—¡Brum! ¡Brum! Bajaron por la calle principal a todo gas, entre una gran muchedumbre que les aclamaba.
Entonces el coche de la ardilla tuvo una avería y la muñeca de porcelana se colocó en cabeza.
—¡Vamos a perder la carrera! —gritó Piluca. Pero el kart atravesó un puente a toda velocidad y dobló a la izquierda hacia un túnel donde había una señal en donde podía leerse: Atajo por el Túnel de la Risa.
Una vez dentro del túnel, Piluca y el kart se pusieron a reír y a reír, tan fuerte, que cuando llegaron al final el túnel se estremecía con sus carcajadas.
— ¡Vamos segundos! —dijo Piluca, cuando salieron lanzados al exterior. Realizando un último esfuerzo, el kart adelantó a la muñeca de porcelana y cruzó la línea de llegada.
Habían ganado, y como regalo para los ganadores, les dieron a Piluca una caja de fuegos artificiales, y ella se puso muy contenta, y les prometió que volvería el año siguiente.