En la época en la que las hadas vivían en Sicília, había una princesa que tenía el pelo largo hasta las rodillas, y era tan hermoso que nadie podía tocarlo. Ella misma se peinaba con un peine de oro y luego se lo trenzaba y recogía con una cinta dorada.
Sin embargo, un día se olvidó el peine sobre el alféizar y una paloma entró inmediatamente por la ventana, lo agarró con el pico y salió volando hacia el bosque.
La princesa se entristeció, pero tenía muchos peines, así que no pensó demasiado en ello.
Pero he aquí que al día siguiente llegó de nuevo la paloma y esta vez se llevo la cinta dorada.
-¡Una vez está bien, pero dos son demasiado!- dijo la muchacha, y se puso a perseguirla.
Durante el vuelo, la paloma se posaba de vez en cuando en algún sitio y casi parecía que quisiera que la alcanzara. En cuanto llegó al bosque, se dirigió a la puerta de una casita escondida entre árbolas y matorrales, y la princesa fue detrás.
Pero al traspasar el umbral, en vez de un pájaro travieso, la muchacha se encontró delante de un apuesto principe bien vestido y bien peinado, y le preguntó:
– ¿Por casualidad has visto una paloma con una cinta dorada en el pico? Ha entrado aquí, si no me equivoco.
Y el principe dijo:
– Claro que la he visto.¡Esa paloma soy yo!
– ¿Cómo puede ser?
– Pues resulta que ciertas hadas me ha lanzado un encantamiento: mientras estoy dentro de la casa soy hombre, pero cuando salgo fuera me convierto en paloma. Será siempre así hasta que encuentre una muchacha que se quede asomada a la ventana de esta casa durante una año, un mes y un día, sin moverse nunca y con los ojos fijos en la montaña que ves allá arriba.
La princesa sin pensárselo dos veces, se sentó junto a la ventana y dijo:
– Yo podría ser esa muchacha.
En un abrir y cerrar de ojos, se hicieron novios. Luego el joven se volvió a convertir en paloma y emprendió el vuelo mientras ella se quedaba esperándole.
Pasaron los días, pasaron los meses, y la princesa seguía sentada, mirando la montaña.
Mientras tanto, el sol le resecaba la piel y el viento enredaba su pelo. Su aspecto cambió tanto que al poco tiempo ni siquiera sus padres la habrían reconocido.
Después de un año, un mes y un día, por fin el príncipe se convirtió en hombre definitivamente y decidió regresar a su palacio. Pero antes fue a ver qué había pasado con la muchacha, y cuando la vió con la piel oscura y gruesa como el cuero curtido, y el pelo erizado, la echó de su casa diciendo:
-¡Pero qué fea estás!¿Y por el amor de un hombre te has quedado así? Vete, tu y yo no tenemos nada que hablar.
La princesa se puso a vagar por el bosque, llorando y sollozando, y el destino quiso que se encontrara con tres hadas que iban de paseo.
-Pobrecita, ¿qué te ha sucedido?-le preguntaron, y ella les habló de la paloma que en realidad era un príncipe y de todo lo que había pasado por él.
– No te preocupes, nosotras nos encargaremos- dijeron las hadas.
La primera le pasó la mano por el rostro, cuya piel volvió a ser suave y clara.
La segunda el acarició el pelo, que le cayó sobre los hombros con rizos y ondulaciones.
La tercera le regaló trajes y joyas, y cuando se los puso adquirió el porte de una emperatriz.
-Ahora sólo nos queda ir a la ciudad de ese ingrato y allí fingiremos que tú eres la señora y nosotras las criadas.
Las hadas agitaron la varita y en un instante estaban delante del palacio del príncipe, todo de mármol y oro. Ni cortas ni perezosas, hicieron aparecer otro palacio mil veces más bonito justamente en la otra parte de la calle y luego dijeron a la princesa:
-Todo lo que debes hacer es asomarte a la ventanay cuando él te dirija la palabra, tú respóndele con amabilidad, Pero si te invita a su casa, dile que antes debe extender una lafombra de pétalos de rosa de dos palmos de alto entre tu puerta y la suya.
Cuando el príncipe vio aquella maravilla de muchacha en la ventanade enfrentese enamoró y empezó a decirle piropos. Ella sonreía y le seguía el juego, y al final él dijo:
-¿Por qué no vienes a hacerme una visita y así te enseño los jardines de palacio?
– Porir, iría- respondió la princesa- pero tengo los pies tan delicados que sólo puedo caminar sobre dos palmos de pétalos de rosa. Si de verdad quieres que vaya a tu casa, cumple mi petición.
Al instante, el príncipe ordenó que recogieran todas las rosas del reino y cientos de mujeres pasaron la noche deshojándolas hasta que entre los dos palacios hubo una alfombra de pétalos con la altura adecuada.
Entonces la princesa se puso su vestido más bonito y salió por la puerta con las criadas sosteniéndole la cola. Pero no había dado ni dos pasos cuando chilló:
– Ay, ay, se me ha clavado una espina!- y se desmayó.
Las criadas ( que en realidad eran las hadas) la llevaron dentro en brazos y, una vez en casa, empezaron a reírse: la historia de la espina era toda una invención y habían sido ellas mismas las que habían aconsejado a la princesa que se comportara así.
El príncipe estaba desesperado porque la princesa se estaba haciendo la ofendida y había dejado de asomarse a la ventana. Sin embargo, al final ella le mandó un mensaje diciendo que iría a visitarle, pero sólo caminando sobre tres palmos de jazmines, siempre que fueran frescos,claro.
Todo contento, el príncipe ordenó a sus súbditos que recogieran jazmines de sol a sol. Quien no obedeciera sería castigado con la pena de muerte. En pocos días acumuló tres palmos frente a la puerta de la princesa.
Esta vez ella también salió, dio dos pasos y luego gritó:
-Ay, ay, me ha picado una avispa que estaba escondida entre las flores!¡Traidor, tu quieres verme muerta!
Las hadas la llevaron corriendo a casa y cerraron la puerta con llave, dejando fuera al príncipe mientras se tiraba del pelo.
Le hicieron saber que debía dejarla en paz, porque ella no quería volverle a ver, pero él, obstinado, envió a alguien para que le preguntase si se dignaba a casarse con él.
– ¡Sólo me casaría contigo si te viese encerrado en un ataúd!- respondió la princesa, y el príncipe no espero a que se lo dijeran dos veces: se tumbó en un ataúd y luego ordenó a los criados que le llevaran en procesión por la calle, llorando como si fueran a un funeral.
Al oir aquel bullicio, la princesa se asomó a la ventana y , al ver que el vivo fingía que esta muerto, gritó:
– ¡Mira que eres estupido!¿Y por el amor de una mujer has llegado a esto?
Entonces el príncipe se acordo de la muchacha que le había librado del encantamiento. ¿ Podía ser realmente ella la desconocida del palacio de enfrente? Salio del ataúd de un salto, avergonzado, pues no sabía como pedir perdón. Pero justamente en ese momento llegaron las tres hadas en medio de una gran pompa y le dijeron que estaba perdonando y que su señora le esperaba.
Al final se casaron entre cánticos , bailes y confetis. En otra historia al mejor esto no habría ocurrido, pero ya se sabe que los cuentos siempre terminan bien y nunca dejan un sabor amargo en la boca.