Este cuento tiene como escenario una granja donde vivía una pareja de granjeros con sus tres hijos y versa acerca de la generosidad y los resultados que esta propicia a quienes la llevan en su corazón.
Simplón es el protagonista de este cuento y era el hermano menor de otros dos varones, al tiempo que por su forma de ser hacía alusión a su nombre y devenía en el centro de burla de casi todos.
En la casa de estos jóvenes constituía tarea de ellos buscar la madera, lo cual correspondía a cada uno por turnos. Un día el hermano mayor fue la bosque en busca de ramas secas y cuando fue a merendar un anciano le pidió que compartiera con él sus alimentos.
De manera despectiva el muchacho contestó: No, esta merienda mi madre la preparó solo para mí- dijo sin más.
Al otro día, cuando el segundo hermano de Simplón, fue a talar en busca de leña fresca, volvió a aparecer el anciano y también le pidió un poco de comida. Por respuesta obtuvo la siguiente:
-No, esta merienda es mía.
Al siguiente amanecer correspondía a Simplón ir a buscar la manera. Como mismo sucedió a sus hermanos, el anciano le pidió un poco de su merienda al joven. Este sin reparar le dijo que sí y picó un poco de todo para él.
Ambos comieron y charlaron juntos. Después de saciar su apetito el anciano agradeció a Simplón con un pato cuyas plumas eran de oro.
Después de eso Simplón salió a caminar con su pato de plumas de oro y llegó hasta una posada donde las hijas del dueño rebosaban de curiosidad por el pato que portaba el joven.
De tal forma, mientras Simplón descansaba, una de las chicas entró en la habitación y arrancó una pluma al ave para cerciorarse que era realmente de oro.
Las otras hermanas también querían tocar la pluma para sentir la textura del oro. Sin embargo, para sorpresa de ellas, cuando una tocaba la mano de la otra quedaban pegadas sin posibilidad de despegarse ante el mayor esfuerzo.
Al ver el encanto del pato y a sus hijas unidas por las manos, el posadero intentó separarlas y también se quedó pegada a ellas. Llenas de temor las chicas comenzaron a correr por todo el pueblo gritando y halaban a su padre quien no les podías seguir el ritmo y les pedían que se detuvieran.
-¡Estoy muy gordo, no puedo correr tan rápido como ustedes!- reclamaba el padre.
En el intento de separarlas un guardia y otras personas quedaron unidas a un grupo que se hacía cada vez mayor y seguía una carrera de espanto secundada por Simplón quién no sabía qué hacer.
Así llegaron hasta un reino donde una princesa yacía de tristeza y por cuya sonrisa el padre había ofrecido una buena recompensa. Al ver aquella cantidad de personas unidas y gritando socorro, la princesa comenzó a reír de lo lindo.
Cuando el rey supo que Simplón era el responsable de todo aquel alboroto, el rey lo encontró y le dijo:
-¿Dime qué quieres?
Al ver la oportunidad Simplón le pidió la mitad de su reino, lo cual no resultó del agrado del padre de la princesa pero este aceptó su petición.
Entonces la princesa, refirió que no era necesario dividir sus tierras si Simplón encontraba la manera de tener el reino de una manera más razonable.
-La solución es que me des la mano de tu hija en casamiento-contestó Simplón que en realidad no era tan tonto como otros pensaban.
El rey aceptó pero le pidió que antes se conocieran para luego efectuar el casamiento. Tras unos años la boda se celebró y todos asistieron al jolgorio.
En conversación con su esposa, Simplón le dio que todo lo sucedido debía ser agradecido al pato de plumas de oro. Sin embargo, la princesa le hizo reflexionar al decirle:
-Lo ocurrido es obra de tu generosidad. Si no hubiese compartido tu merienda con ese anciano jamás hubieses llegado hasta mí.