Hace unos cinco mil, doscientos cuarenta y seis años vivió un hombre de las cavernas llamado Ug el gruñon. Vivía en lo más alto de un valle solitario, pero por aquel entonces todo estaba solitario. Tenía un gran palo y unas botas peludas de piel de mamut y le gustaba correr detrás de todos los animales y asustarlos. Ug el Gruñon era desagradable con todos los animales o cosas con las que se encontraba, no importaba si a quien conocía era grande o pequeño, le gustaba asustarlos, y otra cosa que le gustaba hacer era; todo el ruido que podía.
‘Raaar!’, ‘Aaargh!’ Y ‘Graah!’ Eran algunos de sus sonidos favoritos. Por la noche Ug el Gruñon regresaba a su cueva, se sentaba junto a su fuego y comía tanta carne como podía, y al acabar pintaba cosas en las paredes de su cueva, con las cosas que le habían ocurrido ese día, y así se sentía feliz.
Pero a nadie le gustaba Ug el Gruñon. Asustaba a todo el mundo, y todos se mantenían lejos de el. Nadie iba a su cueva ni pasaba cerca de ella. Entonces, una noche, cuando Ug se sentó junto al fuego en la cueva, vio una estrella fugaz. Una gran luz blanca se extendió por el cielo y lo sorprendió, fue muy hermoso. Ug, miró al cielo y por primera vez en su vida deseó tener un amigo para poder contarle todo lo que había visto. Por primera vez en su vida Ug se sintió solo.
Al día siguiente salió de la cueva y no rugió y pateó con sus botas. En lugar de eso bajo por el sendero que corría junto al arroyo, y se sentó mirando triste su reflejo en el agua. De repente un ratón que estaba intentando cruzar el río un poco más abajo se cayó al agua y empezó a gritar y agitar las patas, el no sabía nadar. Ug miró hacia abajo y vio el ratón. Sin pensar, extendió la mano que era tan grande como un ladrillo y levantó el ratón muy suavemente sobre la orilla del río.
El ratón se sacudió y se acostó en la hierba, y Ug volvió a sentarse en la orilla del río, con su gran cabeza en sus grandes manos. Se sentía más solitario que nunca. Esa noche no comió nada, ni hizo fuego. Se acurrucó en la cama y se quedó allí sin poder dormir. Se sentía muy, muy solo.
Pero a la mañana siguiente sucedió algo. Ug acababa de levantarse cuando escuchó el ruido de unas patitas minúsculas. Alguien viene. Era el ratón. Y el ratón llevaba en sus patas una flor. El ratón puso la flor a los pies de Ug y el lo miró con sus grandes ojos azules.
Ug estaba completamente sorprendido. Se dio cuenta de que la flor era un agradecimiento del ratón.
¡Había hecho un amigo!
Se sintió tan feliz que empezó a cantar. Se levantó y bailó de alegría por la cueva. Se sentía tan bien que cruzó a través del río, cantando y cantando. No podía dejar de sonreír a todos los que conocía. Al principio la gente sospechaba. ¿Era posible que Ug pudiera realmente estar tan feliz y amistoso? ¿No estaba siempre enojado y ruidoso? Pero al final empezaron a creer que debía ser cierto, y todos sonrieron y estrecharon la mano de Ug y también compartieron su felicidad, con sonrisas y abrazos.
Y después de un tiempo ya nadie le temía. Dejó atrás su vieja y solitaria cueva y vino a vivir con todos los demás. Hizo muchos amigos y nunca más se sintió solo. Y al final se le dio el nombre Ug el Amoroso, por que lo que más le gustaba era dar abrazos.