Las Islas Salomón acuden a los cuentos populares como muestra de algunos legados que viajan de generación en generación y albergan en su interior consejos y sabias experiencias que contribuyen a la formación de los niños.
“El árbol mágico” es una de esas historias dignas de escuchar. Relata las vivencias de un niño indio, salvado y resguardado por los espíritus del bosque, y convertido, posteriormente, en un hombre sabio por su tribu. A continuación te mostramos una versión de este cuento.
Resumen de “El árbol mágico”
La historia comienza cuando un niño indio va con su padre a pescar. Junto al río el progenitor le muestra a su hijo la mejor manera de atrapar a un pez, pues aun el pequeño no conocía las habilidades y estrategias de este arte aborigen.
Tras escuchar las lecciones y pasar un rato intentándolo, el niño atrapó un pez de considerable tamaño y su padre, teniendo en cuenta el apetito que ambos tenía, le propuso cocinarlo.
Ambos prepararon un pequeño fogón, improvisado a partir de leña seca, la cual prendieron y dejaron que se convirtiera en brasas de manera que el pescado se asara y quedara perfecto para comer juntos.
En post de aprovechar el tiempo y de atrapar otros peces para cenar, el padre dijo a su hijo:
-Quédate aquí y vigila al pez. Cuando esté dorado me avisas-le dijo.
Atento, el niño contempló la comida hasta que esta estuvo tal como su padre le había explicado. Al notar cómo el pez estaba dorado el niño llamó a su padre, quien, tal vez olvidado de su encomienda, le pidió que se callara pues con sus gritos ahuyentaba a los peces.
¡Papá! –repitió el niño indio varias veces sin obtener más que regaño y réplicas de ¡cállate!
Ante el rechazo de su padre y ver que el pescado se iba a quemar, el pequeño indio intentó sacarlo de las llamas con un rama. Sin embargo, este intento resultó fallido.
Entonces, intentó atrapar el pescado con sus manos y luego de varios intentos, alcanzó la cola del pez. En ese intento, el niño sintió cómo las manos comenzaban a sentir el calor de la brasas e intentó retirarlas para no quemarse más.
Ante el dolor que le propiciaban las quemaduras alzó los brazos y el pescado voló por encima de él hasta caer sobre su cabeza y propiciarle, además de un duro golpe debido a su tamaño, otras quemaduras.
Inevitablemente, el niño se quejó-¡Ay!- decía, lo cual era repetido de manera misteriosa por otras voces provenientes de diversas partes del bosque. Temeroso y albergando la posibilidad de que el pescado o la madera estuviesen hechizados corrió hacia un árbol cercano y subió hasta él rogándole que, por favor, le ayudara.
De forma misteriosa, el árbol lo alojó en sus ramas y creció por encima del resto de los árboles del bosque hasta llegar cerca del cielo. Y es que ese árbol resultó ser el hogar de los espíritus del bosque.
Aquello resultó ser maravillosos para el niño. Y es que no podía dejar de escuchar las fantásticas conversaciones de los espíritus quienes charlaban sobre las constelaciones y las historias que sobre ellas existía.
Al principio, el pequeño indio no entendía el dialecto de los espíritus pero llegó a comprenderlos y adorar todo lo que le enseñaban al punto de olvidar a su familia y la vida que llevaba en la aldea.
Varios meses pasaron de este modo hasta que el niño comenzó a añorar a sus amigos y familiares. Al conocer de su inquietud, el árbol le permitió bajar de sus ramas y volver a casa.
Al llegar a la tribu sus padres se alegraron y sorprendieron pes lo habían buscado por mucho tiempo. Al llegar la noche, el niño, que después creció, miraba las estrechas y contaba a sus semejantes los significados e historias que los espíritus le habían enseñado. Razón por la cual en el grupo le consideraban un sabio.
Según se cuenta, este indio volvió muchas veces al bosque para conversar con los espíritus pero estos nunca más le hablaron.