En unos a arrecifes cercanos a la costa norte de Alemania vivía una sirena de extraordinaria belleza que con su voz y el collar de perlas que lucía en su cuerpo encantaba a los pescadores hasta hacer naufragar sus barcos.
Lo cierto es que como todos los que se acercaba a ella, morían hundidos en sus embarcaciones nadie sabía acerca de su existencia y desconocían el por qué de aquellos hundimientos.
Solo un hombre, un viejo pescador había logrado percatarse de la causa de ese misterio, y día tras día espiaba a la sirena, en un intento de conocer sus rutinas y sus poderes.
Un día, cuando el anciano sentía que la muerte lo atrapaba, llamó a su único hijo y le comentó acerca de su descubrimiento y los terribles poderes de los que era portadora la sirena. De tal forma, le hizo prometer al chico que tras su muerte alertaría a todos los pescadores y, sin contarles de la sirena, evitaría que los pescadores se acercaran a los arrecifes.
Aterrado por lo relatado por su padre y en post de cumplir su promesa, el joven prudentemente dijo al resto de los pescadores que no fuesen a pescar a esa zona. Nunca explicó exactamente el por qué, pero lo cierto fue que tras el avisa, las naves se alejaron de esos arrecifes y los naufragios dejaron de suceder.
Sin embargo, el joven temía que alguien pasara del aviso o no lo conociera. Por eso, lo que debía era atacar el problema desde la raíz y para ello debía encontrar a la sirena y terminar con la fuente de sus poderes.
Después de varios días espiando los arrecifes donde merodeaba la sirena, en un intento de atraparla, se dio cuenta que aquella criatura era muy escurridiza pues nunca la veía.
En una ocasión, cuando ya casi se daba por vencido, vio un libro abierto sobre unas rocas y lo tomó. En realidad no sabía leer y como era de esperar no podía comprender lo que allí había escrito, por lo que pretendía dejarlo tirado allí. De repente alguien le gritó:
-¡Déjalo ahí, ese libro es mío! ¡Déjalo o te acordarás de mí!
Era la sirena que de manera desenfrenada se acercaba a él. El joven pescador se dio cuenta de que lo contenido en aquel libro era de gran importancia para la sirena, tal vez eran sus hechizos.
Corrió para ponerse a salvo; se alejó de las costas pues por tierra la sirena no podía seguirlo. A sus espaldas escuchaba cualquier tipo de ofrecimientos:
-¡Te daré todas las perlas que quieras!-gritaba la sirena.
Ya en calma, el pescador trató de descifrar el contenido mágico pero no era capaz de comprender nada; debía buscar a alguien que supiera leer y quisiera ayudarlo.
En todos los alrededores solo una chica sabía leer. Se dirigió a la isla donde vivía; era un pueblo pequeño por lo que la encontró con facilidad. La chica lo reconoció de inmediato; sabía de sus anuncios acerca de los peligros que se albergaban en los arrecifes.
El joven, deslumbrado por su belleza, le contó lo sucedido y la chica aceptó ayudarlo. Sin embargo, las palabras estaban escritas en un dialecto extraño y precisaba de tiempo para descifrarlo.
De tal forma, ambos acordaron reunirse cuando ella conociera la información. La señal del encuentro sería una fogata; una vez que vera las llamas el joven debía cruzar el mar para verla.
Esta operación se repitió varias veces, lo cual fue advertido por la sirena quien descubrió que el pescador estaba prendado por la chica. Decidió que la manera de vengarse era a través de ella.
Una noche, empleando uno de los hechizos que recordaba, cubrió la isla donde vivía la muchacha de una niebla que impedía que el pescador viese las llamas prendidas por la joven.
Asombrada por tanta neblina, la lectora se acercó a las aguas en un intento de divisar la embarcación del muchacho. Resultó que en ese momento, la sirena la atrapó, tomó el libro y la asesinó con la fuerza de su mirada.
Cuando desapareció la niebla, el muchacho vio el fuego y asustado acudió a donde la chica. Al llegar la encontró muerta en la arena; la abrazó y lloró sin parar esa noche.
Según cuentan, al otro día, los pescadores encontraron a los dos jóvenes abrazados convertidos en roca. Las lágrimas del chico enamorado se habían convertido en perlas, hermosas como las de la sirena.