Me llamo Azucena y voy contarles lo que sucedió en casa. Una tarde, llegue de la escuela y mis papás estaban discutiendo. Creo que porque él se había gastado su sueldo, en una borrachera. Eso le oí decir a mamá, quien decía que deseaba el divorcio, que no quería vivir con un perdedor. Mi papá decía que era una bruja, y que bien le había advertido la abuela, que no debía haberse casado con ella. Se decían cosas feas y yo me puse a llorar. Mamá se me acerco y me dijo; cálmate Azucena, papá y yo somos unos niños desobedientes. A veces, no sabemos dar quejas y terminamos insultándonos. Papá se calmo, nos miro, y se fue a la calle. Mamá me prendió el televisor, y vi toda la tarde los Simpons. Aunque mi corazón seguía triste, por todo lo que se habían dicho papá y mamá. No recuerdo, en qué momento me quede dormida. Pero papá me alzo, y me llevo a la cama.
Al otro día, antes irme a la escuela, me di cuenta que papá y mamá no se dirigían la palabra. Mamá nos sirvió el desayuno, y no sentó con nosotros en el comedor. Se subió a su habitación. Yo deseaba decirles: “Pelear es feo, y duele el corazón. Dialoguemos.” Pero el bus de la escuela llego y no quería enojar de nuevo a mamá, si me dejaba la ruta escolar. En la escuela estuve feliz, el maestro nos entregó el examen de matemáticas. Y me saque un diez, pienso que mis papás se pondrán felices por eso. Aunque recordaba mucho, las palabras que se dijeron papá y mamá. Cielo, mi mejor amiga, me pregunto: ¿Por qué estas triste si sacaste diez en el examen? Casi no puedo responderle, porque me puse a llorar. Nos abrazamos, y las dos terminamos llorando. Después le conté, lo que había sucedido en casa. Cielo dijo; que todo se arreglaría, o sino que hablara con mis papás. Cuando llegue a casa, mi papá le había traído un ramo de orquídeas a mamá. Y se daban muchos besos, y yo estaba tan feliz. Cielo tenía razón, todo se había arreglado. A la hora de la comida, papá dijo; mi pequeña Azucena, quiero pedirte perdón. Ayer, fui un niño malcriado de esos que se compartan muy mal, y entristecen a los papás. Te entristecí a ti, que eres mi pequeña. ¿Me perdonas? Yo estaba muy emocionada, y los ojitos de papá estaban aguados. Lo abrace muy fuerte, y le dije que lo perdonaba. Que siempre sería mi héroe, y que no debía tratar así a mamá. Porque siempre debían hablar. Mamá intervino y dijo; tienes razón Azucena, de ahora en adelante, sólo hablaremos. Yo me puse muy feliz, y papá volvió a leerme un cuento.
Esa noche, comprendí que aunque era una pequeña Azucena, mis sentimientos siempre serían importantes para mis papás. No podrían hacerse daño, porque sabían que me lo hacían a mí. Con ese pensamiento, mis ojitos se fueron cerrando y las estrellas arrullaron mis sueños.
Autora:
Yessika Rengifo