Érase una vez un caballero que salió por el mundo a buscar la vida y las aventuras. Yendo por un camino se encontró con cuatro animales: un león, un galgo, un águila y una hormiga….”
Así empieza el cuento Los animales agradecidos y así empiezan tantos y tantos cuentos, en realidad casi todos: “Érase una vez…” ¿No es bonito?
En cualquier otro tipo de historia, un comienzo tantas veces repetido, habría perdido su gracia, se habría desgastado. Pero no ocurre lo mismo con “Érase un vez…”. Siempre que oímos estas tres palabras, nuestra atención se concentra de improviso, nuestro cuerpo reposa y nuestra imaginación se dispone a volar a un lugar de maravillas a donde las alas del cuento nos quieren llevar.
Vamos cumpliendo años, perdemos en parte nuestro espíritu infantil, pero sólo tres palabras hacen que nos dispongamos a soñar de nuevo. Qué gran poder encierran esas tres sencillas palabras. Sólo por esto ya merecerían un tratado.
Pero eso no es todo, porque el comienzo de los cuentos de hadas, cumple un papel fundamental, sobre todo para los niños. Un papel que el teórico Bruno Bettelheim llama “La importancia de la externalización”.
Los cuentos de hadas ayudan al niño a comprender y asimilar sentimientos y pensamientos que su mente, aún en formación, no sabe cómo afrontar. Ansiedades, deseos, amor, odio, miedos…. Emociones que experimenta cada día y que encuentra reflejadas en los cuentos que más le gustan.
Sin embargo, el mensaje de los cuentos de hadas no es un mensaje directo, no es una terapia psicológica. La razón del niño no puede abordar sus propias emociones directamente. Por ello los cuentos no presentan a protagonistas contemporáneos en un mundo como el nuestro. No son historias reales de un mundo real lleno de peligros, miedos y frustraciones.
Los cuentos de hadas pertenecen, en cambio, a un mundo y un tiempo lejanos. A un reino de fantasía constituido por un lenguaje de símbolos, donde el valor cuenta y las historias tiene un final feliz.
En esos mundos lejanos es donde el niño se siente seguro. Es allí donde se ve capaz de hacer frente a su lado oscuro, a los sentimientos que ya reconoce como “malos” y de los que se avergüenza. En los mundos de fantasía se puede hablar de todo y todos, sin temor a resultar dañado.
Este es el importante cometido de la fórmula “Érase una vez”: aclarar que lo que se nos cuenta no son hechos tangibles, ni lugares y personas reales.
Muchos de los cuentos narran la historia de un niño en un entorno familiar en el que surge un conflicto. Es un escenario demasiado real, demasiado similar al nuestro. Pero gracias a nuestro querido “Érase una vez” es posible separar la historia de nuestro día a día real. Una vez que el niño lo escucha al comienzo del relato, sabe que se puede dejar llevar hacia un relato lleno de símbolos, donde puede dar rienda suelta a su imaginación sin miedo a perderse.
“Érase una vez” es la pista de despegue hacia un lugar y un tiempo lejano. Allí, más allá de las nubes, donde se puede caer en picado antes de remontar el vuelo y revolotear con alas prestadas.